La insurrección de los marinos de Kiel; punto de partida de la Revolución alemana (1918)
Durante las últimas semanas de la Primera Guerra Mundial, cuando la derrota alemana es una certeza y el Imperio se encuentra en una situación próxima al derrumbe, el mando naval ordena el zarpe de la Flota imperial para librar una última batalla “por el honor” contra la flota inglesa. Y ello, sin el acuerdo de su Gobierno. Es casi un golpe de Estado y la gota que desborda el vaso. La negativa de las tripulaciones a participar en ese duelo sin sentido, cuyo saldo sería de miles de muertes horribles, provoca la más importante insurreción de los marinos de la historia y marca el comienzo de la Revolución alemana.
La movilización militar de 1914 es precedida por un importante debate sobre los objetivos y el sentido de la guerra. En Alemania, el Partido Socialdemócrata – el más importante del país -, rompe con las fuertes tradiciones antimilitaristas del socialismo y vota los créditos de guerra. La toma de posición no es unánime, pero incluso la minoría opuesta a la movilización se somete a la disciplina partidaria. Sin embargo, contra las previsiones optimistas del Estado Mayor, la guerra no es corta y su prolongación amenaza las conquistas sociales. Mientras el nivel de vida de los obreros retrocede medio siglo, se impone la censura y la represión policial. Cada vez resulta más claro que el objetivo de la guerra no es terminar con la autocracia zarista (argumento utilizado por los dirigentes socialdemócratas para justificarla) y que el Alto mando actúa conforme a un plan de enexiones y de represión de las minorías nacionales.
En 1916, la minoría socialdemócrata opuesta a la guerra, compuesta de 33 diputados rompe la disciplina al votar contra la renovación del estado de sitio y lanza un llamado criticando la violación de las libertades públicas. La dirección responde expulsándolos. En enero de 1917, la escisión se consuma: unos 170.000 militantes continúan en el Partido Socialdemócrata que apoya la guerra, mientras que unos 120.000 adhieren al nuevo Partido Socialdemócrata Independiente.
El año 1917 comienza con un invierno particularmente frío y con la dura noticia de la caída de 240.000 soldados en Verdún. En el frente millones de hombres movilizados viven y mueren en sórdidas trincheras, mientras que en las ciudades las provisiones se congelan. La agravación de las penurias contrasta con la insultante opulencia de los especuladores enriquecidos con el mercado negro. Pero lo más grave es que no se percibe el fin de la guerra; ningún gobernante puede ofrecer otra cosa que su prolongación indefinida, con su séquito de muertes y privaciones. Algo se sabe de soldados franceses que, por miles, habían arrojados sus armas y partido lejos del frente.
Las revoluciones rusas de febrero y octubre de 1917 alteran este paisaje desolador. El fin de la guerra aparece posible de dos maneras diferentes. La caída del Zar y la virtual puesta fuera de combate de una de las naciones enemigas podrían aproximar en algo la lejana victoria militar. Por otra parte, la victoria de la Revolución y su llamado a todos los países beligerantes a hacer la paz “sin anexiones ni indemnizaciones”, indica que la paz es posible a condición de deshacerse de los regímenes guerreros. El ejemplo de divisiones rusas que desobedecen a los decadentes mandos zaristas y forman soviets de soldados, trasciende las fronteras.
En abril de 1917, los socialdemócratas independientes convocan a huelgas en Hamburgo, Bremen, Nüremberg, Leipzig y unos días más tarde en Berlín. Allí, una asamblea de unos 10.000 obreros adopta una resolución que combina demandas inmediatas- aumento de las raciones alimenticias y de carbón-, con un verdadero programa político el gobierno debe emitir una declaración en favor de la paz sin anexiones¸suspender la censura y poner fin al estado de sitio¸abolir la ley sobre la movilización de la mano de obra; poner en libertad a los presos políticos e introducir el sufragio universal. Este programa será escuchado por los marinos de la Flota imperial.
La gestación del movimiento en la Flota imperial.
En junio de 1916, el Estado Mayor moviliza a la Escuadra para romper el bloqueo marítimo y permitir el vital comercio con los estados neutrales. Unos 250 navíos alemanes e ingleses se enfrentan en una colosal y mortífera batalla frente a la península danesa de Jutlandia. Nada cambia. La Royal Navy pierde seis cruceros, ocho destructores y alrededor de 6.000 marinos. La Flota imperial, por su parte, pierde seis cruceros, cinco destructores y 2500 marinos. Pese a la ligera ventaja alemana, la supremacía naval inglesa y el bloqueo continúan. Alemania intenta romperlo utilizando submarinos y desde entonces su flota permanece inmovilizada en los puertos del Báltico.
En estos puertos viven acantonados miles de marinos cuya inactividad se interrumpe, de vez en cuando, con ejercicios disciplinarios a menudo percibidos como absurdos. Muchos de ellos son obreros metalúrgicos con experiencia en luchas sociales, y no es extraño que lean discretamente periódicos opuestos a la guerra. Desde 1915 se registran intentos de organizar comités en los buques. En 1917 se forma una organización de marinos, en concomitancia con la ola de huelgas alemanas y la revolución rusa de febrero. Se sabe de un grupo que se reúne cerca de la caldera del pañol de municiones del acorazado Friedrich der Grosse, donde los marinos Willy Sachse y Max Reichpietsch, ambos de 22 años, leen a Marx, Bebel y el programa de Erfurt*. Los cinco años de servicios de este último están cargados de pequeñas sanciones, todas perdonadas por su excelente comportamiento en la batalla.
Este grupo, con base en el puerto de Wilhelmshaven, establece comunicaciones regulares con marinos de otros navíos, entre otros Albin Köbis y Johann Beckers del Prinz Regent Luitpold, intereresados en contrarrestar la propaganda pangermanista de los oficiales. La organización de una red es facilitada por la instauración, en junio de 1917, de comisiones encargadas de las bodegas a bordo, con representación de las tripulaciones. La participación en estas comisiones les permite estructurar una organización clandestina y compartimentada en varias naves. La efervescencia social y el deseo de terminar la guerra son tales que en pocas semanas Max Reichpietsch cree que la organización está en condiciones de lanzar una acción por la paz en la mayoría de los navíos. Sabe, no obstante, que una acción limitada a la Marina puede quedar aislada.
*El programa de Erfurt, redactado por Karl Kautsky en 1981, confirma la adhesión de los socialistas alemanes a las tesis marxistas. Proclama que solo una sociedad socialista donde los medios de producción sean propiedad social será fuente de un bienestar creciente y de un perfeccionamiento armonioso y universal. Propone el sufragio universal; la autonomía administrativa de las provincias y la elección de los funcionarios; el sevicio militar para todos y la substitución de los ejércitos por milicias; libertad de expresión, de reunión y de asociación; igualdad entre el hombre y la mujer en derecho público y privado; separación de la Iglesia del Estado; escuela laica, obligatoria y enseñanza gratuita; gratuidad de la justicia y elección de los jueces; abolición de la pena de muerte; gratuidad de la medicina; impuesto progresivo sobre los ingresos y la fotuna; abolición de los impuestos indirectos: jornada de trabajo de 8 horas, reposo semanal y protección de los menores; seguro obrero a cargo del Estado, controlado por los obreros.
Resuelto a conectar su grupo con otras fuerzas sociales, el líder marino aprovecha un permiso en junio para viajar a Berlín y ponerse en contacto con parlamentarios del Partido Socialdemócrata Independiente. Es recibido por Luise Zietz en el local del Partido y por los diputados Haase, Vogtherr y Dittmann en el propio Reichtag (parlamento). El diálogo es revelador de la incomprensión entre dos mundos diferentes. El inhabitual visitante hace exclamar a Luise Zietz: “Nos debería dar vergüenza; están más avanzados que nosotros”. Los parlamentarios socialistas no logran comprender ni las aspiraciones de los marinos ni los riegos que asumen. El dirigente de los círculos clandestinos de la Marina imperial es recibido como cualquier líder social interesado en formar círculos del Partido.
El diputado Wilhelm Dittmann se disculpa de no poder proporcionarles gratuitamente los folletos con su discurso contra el estado de sitio, ya que esta situación no había sido prevista por el tesorero. Formar círculos en las naves-piensa- no sería de gran utilidad, pues los estatutos del Partido eximen a los militares del pago de la cuota y la adhesión sería simbólica. La mejor solución –aconseja- es que se integren a los círculos existentes en los puertos. Acto seguido, el diputado entrega a Reichpietsch formularios de adhesión. Finalmente los dirigentes le informan de la próxima Conferencia Socialista Internacional en Estocolmo y convienen que un movimiento por la paz en la flota reforzaría las posiciones de los socialistas independientes y de los partidos de la paz. Max Reichpietsch, ávido de acción, retiene esto último.
De retorno a su puerto, Max informa a los marinos que los diputados están convencidos del rol decisivo de una huelga general en la flota. La organización dirigida por un comité llamado Flottenzentrale cuenta entonces con unos 5.000 marinos. El objetivo es organizar un movimiento, cuya forma nunca llegó a ser clara, para proporcionar argumentos a los delegados de los socialistas independientes a la conferencia de Estocolmo. Si de ahí no sale nada, los marinos resuelven proponer a los soldados la consigna: “Adelante, rompamos las cadenas, como lo han hecho los rusos”.
Los marinos, conscientes de su fuerza, organizan una huelga de hambre en el Prinz-Regent-Luitpold y salidas masivas sin permiso del Pillau. Cuando estas acciones se repiten el 1 y 2 de agosto de 1917 en el Prinz-Regent-Luitpold , el Mando está al corriente de prácticamente todo. Los dirigentes habían actuado con escasa prudencia. Unos doscientos marinos son arrestados. Poco después, varias cortes marciales condenan a prisión a 77 marinos y nueve a muerte. Finalmente, solo dos, Max Reichpietsch y Alwin Köbis son ejecutados el 5 de septiembre. Willy Sachse escapa esa vez al pelotón de fusilamiento, pero no en 1944 cuando será ejecutado por complicidad en el atentado contra Hitler. Sin embargo, el trágico destino de los dirigentes no detiene el descontento, pues en poco tiempo los comités de marinos vuelven a activarse.
Mientras tanto, el ejmplo de la Revolución rusa se expande por Europa central. Una ola de huelgas y manifestaciones antibelicistas comienza en Viena, prosigue en Budapest y en los territorios checos y culmina con la revuelta de la flota austrohúngara del mar Adriático, tripulada por un mosaico de nacionalidades. Los marinos croatas, húngaros, servios y eslovenos, están hastiados del mal trato, de la carencia de zapatos y jabón, y sobre todo están hartos de la guerra.
El 1 de febrero de 1918, los oficiales del crucero blindado Sankt Georg son sorprendidos por la irrupción de marinos liderados por Franz Rasch, un reservista vinculado a la socialdemocracia. Los amotinados hieren de un tiro al oficial de guardia, abren la armería, confinan a los oficiales en sus camarotes y alzan la bandera roja. Lo mismo ocurre en el crucero blindado Kaiser Karl VI, en dos cruceros ligeros, en unas dos docenas de destructores y navíos pequeños anclados en el golfo de Cattaro (hoy Kotor) en Montenegro, y en el viejo navío artillado Kronprinz Erzherzog Rudolf, que toma posiciones en la boca del golfo. La dirección del movimiento es asumida por el subteniente de 25 años Anton Sesan, destinado a la estación aeronaval de Kumbor. Aparentemente su objetivo se limita a efectuar una acción por la paz.
Las guarniciones costeras evacuan las ciudades y toman posiciones contra las naves sublevadas. Desde tierra abren fuego contra el Kronprinz Erzherzog Rudolf y matan a dos marinos. La revuelta resiste durante 48 horas. El crucero ligero Novara, tripulado por oficiales, consigue penetrar en el golfo y se aproxima una Escuadra de tres navíos. Mientras tanto, en tierra, toman posición 24 compañías de infantería. Anton Sesan habría intentado, sin éxito, conseguir apoyo aéreo. El Kaiser Karl VI reemplaza la bandera roja por la blanca. Franz Rasch y otros tres líderes de la revuelta son detenidos en las montañas próximas al Adriático y fusilados contra el muro de un cementerio. Anton Sesan consigue escapar a Roma. La intervención del Partido Socialdemócrata Austríaco, sumada al miedo de nuevas revueltas, contiene la represión contra los otros marinos.
En Alemania, después del fracaso de la ofensiva de primavera organizada por el general Erich Ludendorff, el Estado Mayor comprende que la guerra está perdida. En agosto de 1918, el Káiser, el emperador de Austria y los jefes militares, resuelven buscar un momento favorable para pedir la paz antes que la dramática situación militar sea conocida por el enemigo y por los propios alemanes. En septiembre, los frentes austriacos y búlgaros están al borde del derrumbe. Los jefes militares advierten que la continuación de la guerra es imposible. El emperador designa entonces Canciller al príncipe liberal Max de Bade, con instrucciones de preparar un gobierno amplio para negociar un armisticio.
El flamante canciller invita a los dirigentes del Partido Socialdemócrata a formar parte de un gobierno encargado de negociar la paz y evitar la revolución social como en Rusia. Los dirigentes Socialdemócratas Ebert, Scheidemann y Noske aceptan solo cuando les revelan la desastrosa situación militar. El nuevo secretario de Estado de Asuntos Extranjeros, almirante Paul Van Hintze, insiste en efectuar una revolución desde arriba, que aun podría evitar la de abajo. Una de las primeras medidas es poner en libertad al dirigente socialista independiente Karl Liebknecht, arrestado desde 1916 por su oposición a la guerra.
El nuevo gobierno pone fin al poder dictatorial ejercido por el alto mando. Ahora el canciller depende del Reichstag, así como la desición de hacer la guerra y firmar la paz. La parlamentización del régimen choca con la virulenta oposición de las Ligas pangermánicas de extrema derecha que denuncian el parlamentarismo y la democracia como un “veneno judío”. El Alto mando rompe su solidaridad con el nuevo gobierno: el general Ludendorff renuncia, le endosa la derrota y se instala en Suecia. Allí cultiva la leyenda del ejército jamás vencido pero “apuñalado por la espalda”, que será recuperada más tarde por el nazismo.
El 20 de octubre, el nuevo gobierno dispone la suspensión de la guerra submarina para crear un ambiente propicio al armisticio. El mando naval la aplica, pero insólitamente se declara en “libertad de acción”. La expresión encierra un desacato. Para muchos oficiales navales, avergonzados por la escasa participación de la Flota imperial en la guerra, asumir el armisticio con los buques anclados en los puertos constituye una verdadera ignominia. A escondidas del gobierno, el mando naval trama un último combate contra la flota inglesa que, creen, les permitirá salvar el honor. El plan consiste en atacar los puertos ingleses con destructores, para atraer los buques de la Royal Navy a zonas minadas donde estarían los submarinos alemanes. En esa situación altamente desfavorable les presentarían combate los 28 buques de la Flota imperial de alta mar. Los preparativos y los graves aperitivos de adiós de los oficiales en un ambiente wagneriano son visibles en los puertos.
Cuatro días después, el almirante Reinhardt von Scheer da orden de zarpar para librar una última batalla “por el honor”. más allá de ser demente, la orden resiste y enfrenta la política de apaciguamiento del nuevo gobierno. El historiador H. Winkler concluye que esta desición contiene en realidad un proyecto de golpe de Estado. La batalla y el eventual golpe serán detenidos por las tripulaciones de los buques.
Consternados ante la inminencia de una muerte absurda, los marinos se manifiestan a bordo. Alrededor de mil hombres son arrestados y desembarcados, mientras zarpan cinco navíos de Wilhelmshaven con destino a Kiel. Los marinos se inquietan por la suerte de los prisioneros. El recuerdo de las recientes ejecuciones está aun latente. En Kiel solicitan el apoyo de los obreros: el 1 de noviembre, la casa de los sindicatos está atiborrada de marinos que deciden manifestarse al día siguiente. Como la policía responde acordonando el local sindical, la reunión se realiza en la plaza. El marino Karl Artelt, condenado a 5 meses en 1917, propone organizar grandes manifestaciones en la calle. La idea es adoptada por el cículo de marinos, que hace circular hojas manuscritas llamando a proseguir las manifestaciones. De inmediato son terminantemente prohibidas. El 3 de Noviembre, una patrulla dispara contra los manifestantes, con un saldo de 29 heridos y 9 muertos. Esta víctimas colman la medida y provocan la movilización de toda la guarnición de Kiel.
Durante la noche, los navíos se transforman en un verdadero hervidero social. A bordo de un torpedero, Karl Arlet propone elegir el primer consejo de marinos que va a inaugurar la revolución alemana. Los delegados, en representación de 20.000 hombres, se reúnen con el almirante Wilhelm Souchon, quien totalmente superado por los acontecimientos acepta todas las reivindicaciones: supresión del saludo militar obligatorio, aumento de los permisos, servicio más corto y liberación de los detenidos. No obstante, ese programa mínimo ya no satisface a los marinos que aspiran a construir una sociedad sin guerras.
Los consejos toman el control de la flota. Antes del anochecer, varios oficiales son arrestados y toda la guarnición se organiza en consejos de soldados. La bandera roja flamea en los navíos. El 6 de noviembre, los marinos reunidos en la casa de los sindicados eligen un “consejo de soldados”, mientras los obreros hacen lo mismo en las industrias. El ejemplo se propaga como gota de aceite.
La revuelta de los marinos de Kiel constituye el punto de partida de la ola revolucionaria de 1918. El 7 de noviembre, en Wilhelmshaven, obreros y marinos eligen un consejo. En Bremen, los manifestantes abren las puertas de la prisión y se eligen consejos en las fábricas. El 6, en Hamburgo, unos 40.000 manifestantes proclaman la revocación del comandante de Plaza y la toma del poder por obreros y soldados. Un grupo de marinos armados ocupa la imprenta del diario Hamburger Echo y publica Die Rote Fahne, (Bandera Roja) “diario de los obreros y soldados de Hamburgo”.
El movimiento de consejos se expande por toda Alemania, precipitando así la caída del imperio. El Káiser sale de Berlín el 29 de octubre hacia la ciudad belga de Spa, sede del mando militar. Allí abdica el 9 de noviembre, poniendo fin al segundo Reich. el 11 del mismo mes, el canciller Max de Bade firma el armisticio y renuncia entregando el poder a los ministros del Partido Socialdemócrata. A ellos les corresponderá administrar la derrota militar y sofocar la revolución social.
El nuevo gobierno proclama la República. Friedrich Ebert será, al mismo tiempo, canciller del Reich y presidente de los consejos de obreros y soldados. En conformidad con los términos del armisticio, los 74 navíos de la Flota imperial zarpan de los puertos alemanes a mediados de noviembre de 1918 y son internados en el puerto inglés de Scapa Flow. Esta partida abrupta corresponde, en buena parte, a la desición de los mandos ingleses y alemanes de disminuir el poder de los “marinos rojos” privándolos de los navíos. El mando alemán, aun a bordo, decide sabotear la flota en Scapa Flow, en junio de 1919, para no cederla a Inglaterra.
De aquí en adelante, el destino de los consejos de marinos se confunde con el de la Revolución Alemana. La dualidad de poder entre, por una parte, los órganos de la nueva República y, por otra, los consejos, culmina en una cabeza única. Gracias a su doble función, Friedrich Ebert consigue imponer la primera y terminar con los segundos.
Como epílogo, digamos que el nuevo Estado, desprovisto de tropas regulares, pues los soldados regulares no aceptarían tirar contra manifestantes, recurre a los “cuerpos francos de cazadores voluntarios”. Se trata de una nueva fuerza de unos 4.000 hombres bien armados, bien remunerados, seleccionados por su aversión al “bolchevismo”, e instruidos para combates callejeros, organizada por un general en su unidad. Estos grupos serán utilizados para aplastar a los consejos.
La revuelta de los marinos en Kiel es la má importante del siglo, tanto por el número de navíos involucrados – cerca de 70 – por la cantidad de marinos que participan – unos 20.000 – , y por el contenido de las reivindicaciones. El rápido paso de reivindicaciones gremiales a políticas se explica tal vez por la posición de los marinos en la máquina de guerra. Para ellos las injusticias en materia de alimentos, salidas, saludos, como el enrolamiento obligatorio y la muerte probable en alguna batalla, forman parte de la vida cotidiana. Viven en un mundo donde mejorar la comida y las vestimentas y obtener una sociedad sin guerras, son parte de las demandas inmediatas.
Los marinos infringen la prohibición de organizarse porque sus vidas, y sus probables muertes, dependen de la guerra y la paz. Sin embargo, como en Rusia y en Brasil, el paso a la acción constituye el arma última, Solo actúan cuando la muerte como carne de cañón resulta inminente y la revuelta tiene perspectivas de evitarla.
Por supuesto, que no consiguen la anhelada sociedad que descartaría estructuralmente las guerras y habrían tenido sin duda una profunda depresión si hubiesen podido ver el futuro. No obstante, los consejos de marinos fueron unas de las fuerzas sociales mejor organizadas durante la Revolución Alemana de 1918-1919, un movimiento que puso fin al añejo Imperio y obtuvo la República, junto con el reconocimiento de los derechos sociales. Estas conquistas fundamentales perdurarán, pese a los 12 años de nazismo.
Basado en el magistral trabajo del historiador francés Pierre Broué, Révolution en Allemagne (1917-1923) y la Histoire de l’Allemagne XIX-XX siècles de Heinrich Winkler.
Extracto del Tomo I, “Los que dijeron No”, Páginas : 79-86.
Autor : Jorge Magasich A.
El levantamiento de la marinería en Kiel.