Al cumplirse 40 años de la muerte de nuestro camarada y amigo Ernesto Zúñiga es que en nombre de los marineros anti golpistas comparto este pequeño recordatorio que con la ayuda de amigos he logrado componer.
En las situaciones que vivimos durante los años de marina como en los cinco años de prisión Ernesto fue un optimista por naturaleza, además aprovecho el tiempo para educarse en la historia y las luchas de nuestro pueblo. Después de obtener la libertad prefirió quedarse en chile para luchar contra la dictadura hasta el sábado 16 de enero de 1982, en que 24 balas de la dictadura terminaron con su vida. Un gran abrazo a su memoria, además de los parabienes a todos los ex marinos que compartimos la misma historia. Desde Oakland California Jaime Salazar.
Camarada inolvidable
El 17 de enero de 2015, en el cementerio general de Santiago de Chile, con gran solemnidad y emoción, se realizó el traslado de los restos de Ernesto Enrique Zúñiga Vergara al memorial de los caídos durante la dictadura militar. Transcurridos 33 años desde su muerte, en una emotiva ceremonia, recibió el homenaje de más de un centenar de personas, entre ellas camaradas del MIR, amigos, ex prisioneros políticos, ex marinos anti golpistas de la Armada de Chile, familiares y su compañera, además de una escuadra de camaradas del Frente Patriótico Manuel Rodríguez.
Todos los allí presentes saludamos la vida de un jovial marinero, activo luchador contra la dictadura cívico militar, quien dio su vida en la lucha por la democracia y la revolución social. Muchos de los asistentes viajamos desde distintos países para estar en esa instancia, junto a su madre la señora Marta y su familia, para recordar y homenajear a nuestro camarada inolvidable. Fue el homenaje que se merecía quien lo dio todo en la lucha contra la opresión, que además enfrentó cada etapa de su vida con un optimismo extraordinario, inclusive en los momentos más duros y dolorosos que le tocó vivir.
Nuestro camarada, contingente, amigo Ernesto, conocido como “Tito”, “Mexicano”, o “Manuel”, nació en Santiago de Chile el 14 de abril de 1952. Hijo de don Luis Zúñiga -autodidacta, afiliado a la fraternidad Rosa Cruz, obrero metalúrgico, administrador de fundo y empleado del ministerio de Obras Públicas-, y de doña Marta Vergara Marín.
Ernesto, en su niñez, “siempre fue muy pícaro, social, juguetón, amistoso, y cariñoso”,según lo recuerda su hermana Ana María. Durante 4 años la familia vivió en la localidad de Marchihue, de la cual Ernesto tenía lindos recuerdos, y en donde don Luis trabajó como administrador. En 1962 la familia se instaló en la población Dávila, barriada de trabajadores en la comuna de San Miguel, en Santiago. Allí asistió a la escuela pública del sector y se unió a los boys scouts. Ana María lo recuerda como un hijo y hermano cariñoso, muy afectivo e inquieto, siempre preocupado por su mamá y sus dos hermanos menores.
En enero de 1969 ingresó a la Escuela de Grumetes de la Armada de Chile, ubicada en la Isla Quiriquina, bahía de Concepción. En esa escuela matriz se forman los futuros marineros de la Armada, todos ellos provenientes de las capas populares del país. Allí, siendo recluta de la segunda división, un sargento le puso el apodo “Mexicano”, lo que recuerda nítidamente Guillermo Castillo, quien compartió ese periodo y también la prisión: “Estando en formación, quizás a mediados de febrero de 1969, un sargento torpedista de apellido Iturra gritó ¡Ponte bien el gorro weón! Ernesto no era de cabeza grande como Oscar Carvajal o yo, que el gorro nos quedaba chico. El sargento se acercó y se lo acomodó, al mismo tiempo que gritó de nuevo ¡Parecís mexicano weón! …Comprenderán que recién estábamos llegados y Ernesto quedó así, como el MEXICANO… Años después, cuando nos reencontramos en prisión … seguía siendo apodado el Mexicano.”
En enero del año 1970, después de terminar su instrucción básica y ya como marinero segundo, fue destinado a una de las divisiones de Artillería del crucero Prat. En dicha unidad, buque insignia de la Escuadra, recorrió las costas chilenas y, según platicábamos, le permitió tener una mejor visión y sentido de la gente de su pueblo, observando a sus compañeros, al mismo tiempo que se educaba y compenetraba más de la vida naval, la que Ernesto disfrutaba a plenitud.
Lo primeros días de enero de 1971, fue trasladado a la Escuela de Artillería de la Armada, ubicada en Las Salinas, Viña del Mar, donde se especializó de Mecánico Artillero. Fue allí donde nació la amistad que nos unió hasta el final. Allí Ernesto aprovechó su tiempo libre para tomar clases de karate, demostrando siempre un alto espíritu de cuerpo, felicidad y optimismo. Durante los dos años en la escuela de especialidades de la Armada, Ernesto fue un preocupado de sus estudios y de su familia, siempre mostrando un gran sentido del humor, que lo demostraba donde estuviera.
Desde Viña del Mar, Ernesto y otros santiaguinos viajábamos juntos para visitar a nuestras familias en Santiago. Ana María, su hermana, recuerda con mucha claridad esos momentos: “cuando él estaba, la casa estaba completa”
Recuerdo que Ernesto arrendaba un cuarto en el departamento de la señora “Juanita” en la avenida Francia 627 de Valparaíso, lugar que compartía con otros marineros de su promoción, además de Nelson Bravo y José Ojeda. Ese cuarto lo ocupaban principalmente para cambiarse de ropa, ya que era costumbre nuestra andar vestidos de civil en la calle, aunque estaba prohibido por los reglamentos. Pero había asuntos más importantes que los reglamentos.
Durante los dos años de estudio, enfrentamos diferentes situaciones extracurriculares en la Armada, como participar en brigadas forestales apagando incendios de bosques en el área de Valparaíso, por lo cual recibimos una recomendación de mérito. También apoyando a nuestro pueblo para paliar los daños del terremoto del 8 julio de 1971, que afectó duramente el área de Valparaíso y Viña del Mar, ocasión que nos tocó construir mediaguas de día y hacer patrullajes nocturnos en las zonas pobladas de los cerros y en la ciudad. Y luego apoyar al Estado de Chile durante el Paro de Octubre de 1972, el paro de los patrones para sabotear al gobierno popular. Todo eso afectó nuestros estudios.
Sin embargo sacamos adelante los dos años de estudio junto a Ernesto, quien nos hacia reír a todos con sus chistes y ocurrencias; era un comediante nato.
Quiero hacer notar que junto a Ernesto disfrutábamos el hecho de ser marinos y de tener a nuestro alcance la tecnología naval, pero a su vez repudiábamos el clasismo y la arrogancia de los oficiales, en su mayoría provenientes de las clases acomodadas de nuestro país.
El año 1973 integró la tripulación del destructor Blanco Encalada, ya como mecánico especialista, a cargo de la mantención de las torres de 5 pulgadas, o batería principal del buque. A bordo de su unidad asumió un papel preponderante ante la asonada golpista de los oficiales, como integrante del movimiento de marineros anti golpistas. Informándose y reclutando adherentes a la causa anti golpista-constitucionalista, ampliando la base de apoyo. Fueron justamente Ernesto Zúñiga y Orlando Véliz los camaradas que me reclutaron para integrar el movimiento, al cual ingresé con total convencimiento.
Ernesto participaba activamente junto al sargento Juan Cárdenas, informando de los planes golpistas a dirigentes políticos de izquierda, como Oscar Garretón, jefe del “Mapu”, y a mandos medios de los partidos comunista y socialista. El 3 de agosto del 73 integramos el grupo de marineros que se reúne para entregar información a la dirección del MIR, quienes a su vez invitan a Carlos Altamirano, senador del partido socialista, a escuchar nuestras denuncias. Fue gratificante para nosotros informar a una autoridad del Congreso de los planes golpistas y sediciosos de los oficiales de la Armada. Ernesto era optimista respecto a lo que estábamos haciendo y nos contagiaba con su optimismo.
Fuimos detenidos el 6 de agosto y acusados de incumplimiento de deberes militares. En un principio, por reunirnos con líderes políticos denunciando el golpe de Estado en marcha. Mientras al mismo tiempo, con toda impunidad, los oficiales golpistas se reunían con lideres de la derecha golpista (todo ello conocido hoy en los documentos desclasificados del Departamento de Estado norteamericano y en las memorias publicadas por los propios golpistas, como el almirante Merino, el almirante Huidobro y otros).
Ese mismo día se iniciaron los interrogatorios y torturas en contra de Juan Cárdenas y otros compañeros. Ernesto es mantenido incomunicado durante una angustiante semana. El 10 de agosto, junto a Juan Cárdenas, Alberto Salazar, Pedro Lagos, Oscar Carvajal, somos llevados por vía aérea, en forma ilegal, violando las normas del debido proceso, a Concepción, y desde allí a la base naval de Talcahuano, donde fuimos torturados por un destacamento de infantes de marina bajo las órdenes del capitán Kohler. En esa operación brutal se destacaban los tenientes Buster, Jaeger, Letelier, Luna, Alarcón, Tapia, Maldonado, Leatich (como cuenta en el proceso judicial).
Además, Ernesto tenía una pistola personal. Hubo una investigación exclusiva por la que también fue torturado, y en la cual yo recibí parte del tratamiento. Ernesto, con una gran habilidad, sortea la investigación y logra proteger a V.V., un amigo que escapó del encarcelamieto, y que nunca supo que por protegerlo recibimos golpes y torturas extras.
Luego tiene que declarar ante el fiscal naval, capitán Jiménez, después de un par de días que debió dormir sentado, soportando el frio de la zona, en las butacas del gimnasio de la base naval de Talcahuano, junto a marineros de otras unidades, entre los que recuerdo a Carlos García, en condiciones bastantes precarias. Además, soportando las secuelas de la tortura y una puñalada de bayoneta en su espalda, que requirió atención.
Una noche fuimos trasladados a la Escuela de Grumetes de la isla Quiriquina, en donde se nos sumaron Juan Roldan y Sergio Fuentes, alli nos atendieron las heridas, y se nos dio medicinas para deshinchar los moretones que todos teníamos. Además, nos sobrealimentaron para que recobráramos nuestro color. Desde la isla fuimos trasladados en el destructor Orella, bajo amenaza permanente de tirarnos al mar y con hostigamiento durante toda la noche para no dejarnos dormir. Arribamos a Valparaíso el día 18 de agosto en la mañana, donde continuó nuestra incomunicación en el cuartel Silva Palma, hasta fines de agosto. Ernesto fue uno de los últimos marineros en recuperar la libre plática (junto con Cárdenas, Blaset y yo).
Al salir de la incomunicación los últimos cuatro marinos, el sábado 25 de agosto de 1973, hubo reunión de la mayoría de los acusados en la celda grande del cuartel, bajo el liderazgo de Juan Cárdenas. Decidimos escribir varias cartas, y destaco la que enviamos a Salvador Allende y a nuestro pueblo para denunciar nuestra situación, “lo que hoy es una carta pública e histórica.”
Estando detenidos en dicha prisión naval ocurre el golpe de Estado, lo que marcó un periplo de injusticias y dolor para todo nuestro grupo. Incluso nuestro camarada es llevado a Santiago por el teniente Benavides, secretario del fiscal naval, para que reconozca la casa en donde se reunió con el senador Carlos Altamirano, lo cual no fructifica, por lo que Ernesto es maltratado nuevamente tanto en el traslado como en las estadías en recintos militares, donde se le realizan simulacros de fusilamiento. Al igual que todo el proceso de tortura y maltrato, Ernesto lo toma posteriormente con humor y hace chistes de las diferentes situaciones que le tocó vivir, desarrollando “un optimismo irresponsable”, como lo definió Hugo Maldonado, ya que Ernesto hasta en las situaciones mas duras y traumáticas que vivíamos encontraba el instante para hacernos reír ,
El 22 de octubre de 1973 fuimos trasladados a la Cárcel Pública de Valparaíso. La cuarentena de marinos acusados de “sedición” hemos sido alojados en el teatro del penal, un lugar que no reunía los mínimos estándares de habitabilidad.
El día 14 de diciembre, todos los marinos prisioneros somos trasladados a un campo de concentración en las alturas de Colliguay. Junto con los otros presos políticos que encontramos allí, sumamos alrededor de 200 a 250 prisioneros, cantidad que variaba según los requerimientos de la represión. Allí fuimos sometidos a una gran cantidad de abusos por parte de la infantería de marina de la Armada de Chile, quien estaba a cargo del campo de concentración llamado “Isla Riesco” o “Colliguay” o a veces “Operativo X”. Este campo no reunía las medidas mínimas de salubridad, no tenía agua, electricidad, ni buen acceso desde otras zonas, lo cual era difícil también para los carceleros. Empezando el mes de marzo de 1974 y con el trabajo forzado de los prisioneros, se inició el acondicionamiento de otro campo y luego el traslado de los prisioneros, hacia la localidad de “Puchuncaví”, al campo de prisioneros también llamado Melinka, tarea que se completó a mediados de abril.
No puedo dejar de mencionar un hecho anecdótico ocurrido cuando estábamos todavía prisioneros en la montañas de Colliguay. Era un día de marzo de 1974 y habitábamos la cabaña 10. Durante la formación previa al encierro esa calurosa tarde, Ernesto me habla y yo le respondo, protagonizamos un diálogo en voz baja, que terminó con una típica humorada suya, que hizo reír a todo el pelotón. El jóven teniente de guardia en ese momento preguntó: ¡De qué se ríen! Un sargento y algunos soldados se acercan a nosotros, rodean la formación de modo amenazante y se produjo un silencio sepulcral. Solamente se oía el vuelo de los mosquiotos. ¡De qué se ríen!, repitió el oficial. Todos guardamos silencio. ¡Muy bien, entonces todos a correr hasta los estanques de agua y regresan!, gritó. Ernesto y yo tomamos la delantera en la carrera, ya que éramos de los más jóvenes, teníamos 21 años de edad, junto a dos estudiantes secundarios de 16 o 17 años, que todavía portaban su uniforme escolar. Los demás eran mayores, líderes sindicales y militantes socialistas y comunistas. Se levantó una polvareda mientras corríamos.
Cuando estábamos a mitad de camino, de regreso, el teniente gritó que los dos últimos que lleguen serán castigados y sometidos a un picadero. Ernesto iba primero en la carrera. Dirigiéndose a mí, me dice “Jimmy, no podemos dejar que otros paguen por nosotros”. Asentí a sus palabras y sin hacer más comentario comenzamos a correr más lento para que todos nos sobrepasaran. A poco de llegar a la meta, le dije: “Ernesto ¿sabes lo que nos espera?” “Claro que sí”, me respondió, “pero no podemos dejar que este huevón se ensañe con los viejos”.
Siendo los dos últimos en la meta, el oficial envió a todos los demás a sus respectivas cabañas. Quedamos solos frente a él, los soldados mantuvieron cierta distancia. Nos preguntó nombre, origen y lugar de trabajo antes de ser detenidos. Le informamos que éramos marinos acusados de sedición. ¿Saben lo que les espera?, preguntó. Le respondimos que sí, manteniendo la mirada franca y preparándonos para lo que venía. El teniente nos miró fijo y dijo: ¡Bien hecho muchachos! Nos mandó de regreso a nuestra cabaña. Quedamos gratamente sorprendidos por la actitud del oficial, ya que esperábamos el castigo de rigor en estos casos como prisioneros de guerra. “De la que nos libramos”, me comenta Ernesto. Esto quedó en el recuerdo de esos días, en ese perdido y polvoriento campo de prisioneros entre las montañas.
Sin embargo, los últimos días de ese mes de abril, a poco de haberse instalado en el campo de Puchuncaví, Ernesto y sus camaradas son retornados a la Cárcel de Valparaíso y esta vez son destinados a las celdas de la tercera galería, compartiendo con los presos políticos de Valparaíso. Allí intensificó su educación política, histórica y filosófica, además de retomar las prácticas de karate junto a otros entusiastas camaradas como Gastón Gómez y Jaime Espinoza.
En la Cárcel de Valparaíso, con un gran optimismo, Ernesto refuerza el compromiso con su pueblo y se suma a los grupos de estudios del “MIR”, integrando una de las células de instrucción, donde el organizador resultó ser otro ex marinero, miembro de la dirección del MIR, Carlos Díaz Cáceres, contingente del año 65 al igual que José Ojeda, Teodosio Cifuentes y José Lagos.
Durante el invierno del año 76 el juez naval de Valparaíso dictó sentencia contra los marinos, condenando a la mayoría a 3 años de prisión, que se cumplieron en agosto de ese año. Los que teníamos condenas más altas fuimos trasladados a la Penitenciaría de Santiago, en octubre: Ernesto, Cárdenas, Pedro Lagos, Juan Roldan, Pedro Blaset, Sergio Fuentes y yo, con la excepción de Alberto Salazar, que gestionó su trasladado a Concepción para estar más cerca de sus padres y familia.
Allí, en la Calle Dos del penal, Ernesto se encontró con una gran unidad y organización de los presos políticos, lo que permite la expansión de sus conocimientos y refuerza su actividad
educativa. Además de estrechar la comunicación con su familia, y en especial con su madre, Marta Vergara.
El día 20 de abril de 1978, después de cinco años de prisión, Ernesto y sus camaradas, más la totalidad de los presos políticos condenados y rematados, son notificados primeramente de un decreto de expulsión del país, pero luego son dejados en libertad, de acuerdo a la Ley de Amnistía recientemente dictada. Sin embargo, la mayoría de ellos optó por salir al extranjero. Algunos decidieron quedarse, de los cuales unos pocos se abocaron a luchar contra la dictadura.
Al salir de prisión Ernesto se integra a paso firme en la resistencia contra la dictadura, en primer momento junto a Sergio Fuentes y Carlos García en organizaciones populares y poblacionales. Además, se une románticamente a una compañera (Yoyi) viuda con dos hijos pequeños.
Su carácter siempre afable, bonachón y comediante es acompañada por la madurez, por las responsabilidades intrínsecas de la vida clandestina. Asumió nuevas responsabilidades políticas,
participando en campañas de propaganda y operativas, como la captura de camión Soprole, para repartir alimentos en las poblaciones más pobres de Santiago. Luego como miembro de la Fuerza Central del MIR, estructura operativa donde tuvo una destacada actuación, tal como lo recuerda el compañero Guillermo Rodríguez en su libro “Destacamento miliciano José Bordaz”: “Llegamos a una casa de un piso, amplia, con un galpón lateral usado para guardar el vehículo, con el que entramos tal como lo había indicado el conductor. Entramos por la puerta de la cocina a una casa en la que se notaba, vivía una familia, en ese momento ausente. El chofer, que resultó ser un hombre de movimientos nerviosos y rápidos, presto a la talla y las bromas livianas, me fue presentado como Manuel, de quien sólo un par de meses después sabría que era uno de los ex marinos detenidos antes del golpe militar y que era el que “la llevaba”, al decir de estos tiempos, el militante símbolo del arrojo, coraje y valentía de la Fuerza Central, asesinado en 1982 en las calles de Pudahuel en una emboscada de la CNI.”
Recuerdo que durante la primavera del año 1981 nos encontramos por coincidencia en la vereda norte de av. Matta, en Santiago, y compartimos una empanada en un lugar que él conocía. Allí platicamos un par de horas, él me contó que todos sus camaradas y su familia le pedían que saliera del país, a lo que el se estaba negando; yo le insistí que sería bueno que se fuera por un tiempo, se podría especializar en alguna técnica que le gustara. Allí brindamos por la salud y bienestar de nuestro camarada en prisión.
El sábado 16 de enero de 1982 Ernesto es asesinado a bordo de un bus de Santiago. Según los datos del proceso, los agentes del Estado fueron directamente a terminar con su vida. Su muerte significó una gran pena, dolor, además de un inmenso vacío para su familia y los amigos.
Todos los ex uniformados que se quedaron en Chile, estaban consientes del tremendo peligro que corrían bajo la dictadura: el cabo Alberto Salazar y Ernesto pagaron con sus vidas; Carlos García
estuvo mas de 11 años en prisión un segundo periodo, para luego salir condenado al exilio en Bélgica; Luis Rojo, luego de arrestos y más torturas, salió rumbo a Australia. Pedro Blaset fue detenido durante unas semanas por la CNI. Ricardo Tobar y Bernardo Flores, aunque no fueron detenidos, sí fueron vigilados en algunos casos en forma evidente (seguimiento japonés) y hostigados por agentes del Estado.
Este poema fue escrito para Ernesto que fue conocido como “Manuel”en la clandestinidad.
Manuel
Seguramente caíste abatido
Con tus ojos mirando el cielo
Amplio, lleno de resonancias libertarias
Como tus sueños de amaneceres nuevos.
No te conocí
Pero ¿Quién necesitaba conocerte?
Tenaz e inquebrantable
Entre calles laberínticas
Silencioso
Esquivando sombras
(conspirativo)
Fuiste tejiendo futuros
Fuiste echando semillas en la dureza de la tierra
Tu, humilde hijo del pueblo
Compañero combatiente Ernesto Enrique Zuñiga.
Los esbirros te llamaron asesino
Pero ¿Qué importa?
Las balas que atravesaron tu cuerpo noble
Continuaran explotando en miles de fragmentos
De voluntad de lucha
Hasta que ese amanecer que tanto soñaste
Llegue a la tierra que hoy cubre
Tu mirada todavía rebelde…
Walter Fuentes (chileno residente en California)
Este relato de AMA, lo hemos desarrollado como homenaje y cariño a nuestro inolvidable camarada. Gracias a los aportes de: Guillermo Castillo, Carlos García, Oscar Carvajal, Sergio Fuentes, Osvaldo Flores, Guillermo Rodríguez, Walter Fuentes y su hermana Ana María.
Por la Agrupación de marineros anti golpistas.
Jaime Salazar diciembre de 2021