Este es un tema desconocido y poco investigado en Chile, la diáspora del exilio, el pueblo desparramado por el planeta, la extracción de las raíces y la aldea, las costumbres, los valores, la cultura, el idioma, los olores, la ezquina con los amigos, la familia, y como dijera un escritor “la muerte en vida”. Los grupos musicales exiliados aportaron con su arte a mantener viva la identidad cultural y la relación con el país a través de las expresiones artísticas llevadas a cabo en las diferentes ciudades y países. Donde vivía un chileno había una peña, un concierto o una fiesta de danzas folclóricas con empanadas, pastel de choclo y vino tinto . También hay que nombrar a la solidaridad expresada por organizaciones tales como organizaciones por la defensa de los DDHH, partidos políticos, sindicatos, eclesiásticas, estudiantiles y a las altas esferas de gobiernos que hicieron posible salvar tantas vidas. A ellos un agradecimiento por su aporte y lucha para el retorno de la democracia aún en construcción y que pertenece a la historia del exilio chileno.
Estas fotografías son posterior a un concierto de “Illapu” en 1982 en la “Vieja Aula” de la universidad de Heidelberg, Alemania. No existen registros de afiches y se desconoce la fecha exacta. Las fotos corresponden a un encuentro familiar en casa de la esposa del marinero constitucionalista Patricio Cordero, Monika de Cordero Cedraschi en la calle Bergheimerstrasse de esta ciudad.
Registro de fotos: Patricio Cordero Cedraschi
En la foto al centro Roberto Márquez. https://es.wikipedia.org/wiki/Roberto_M%C3%A1rquez a su derecha José Miguel Marquez, https://de-de.facebook.com/pages/category/Musician-Band/Jose-Miguel-Marquez-official-192325534149631/ a su izquierda sin posibilidad de identificar.
En la Foto a la derecha el miembro del Grupo Eric Maluenda Q.E.P.D. https://es.wikipedia.org/wiki/Eric_Maluenda
Exiliados: Camino a otro país. Los “sin patria” obligados a dejar Chile
SOCIEDAD 08 de mayo de 2019 Por Felipe Henríquez Ordenes
Fue durante la dictadura de Augusto Pinochet (1973-1989), cuando salió del país el mayor número de exiliados políticos de la historia de Chile.
Foto: Antropo memoria – Adriana Goñi Godoy
Exilio no es una palabra, ni es un drama, ni menos una estadística.
El exilio es simplemente un vértigo, un mareo, un abismo, es un tajo en el alma y también en el cuerpo cuando, un día, una noche, te hacen saber que aquel paisaje tras la ventana, aquel trabajo, aquel amigo, aquella silla y aquel hueco en aquel colchón, aquel sabor, aquel olor y aquel aire que habías perdido, lo has perdido y lo has perdido para siempre, de raíz y sin vuelta.
Fue durante la dictadura de Augusto Pinochet (1973-1989), cuando salió del país el mayor número de exiliados políticos de la historia de Chile.
En un contexto violatorio de los derechos de las personas, miles se asilaron o huyeron para preservar sus vidas y libertad. Otras fueron expulsadas. Un apreciable número conmutó las penas de presidio a las que fueron condenadas, por el extrañamiento, prohibiéndoseles regresar al país al término de la condena. Se sumaron también personas exoneradas de distintas actividades y otras que por temor, o no soportar el clima de represión imperante dejaron el país haciendo uso de sus pasaportes o cédulas de identidad.
Más tarde muchos de ellos aparecieron en listas de prohibición de ingreso al país. Otros se encontraron con que al renovar este documento en un Consulado, se les extendía con la limitación de que no era válido para ingresar a Chile: llevaba estampado una letra “L”.
Después de 3 años de estar recluidos como prisioneros políticos en 5
campos de concentración de la dictadura, papá y Tato comienzan su viaje al
exilio en 1976.
Carlos Orlando Ayress Soto (padre)
Carlos Orlando Ayress Moreno (hijo, detenido menor de edad)
Algunos de los asilados permanecieron meses en las embajadas que los acogieron, en espera de su salvoconducto. También se asilaron o partieron al exilio muchos de sus familiares, acogiéndose al Plan de Reunificación Familiar del Alto Comisionado de las Naciones Unidas, ACNUR.
El 1 de septiembre de 1988, la dictadura determinó poner fin al exilio mediante Decreto N°203 del Ministerio del Interior que expresa: “…Déjense sin efecto todos los decretos y decretos supremos exentos que, dictados en virtud de las atribuciones conferidas por el Artículo 41 N° 4 de la Constitución Política de la República disponen la prohibición de ingreso al territorio nacional de las personas que en ellos se mencionan…”.
Se cerró así un período de quince años de la vida de Chile, pero no de la de muchos que debieron enfrentar el desafío de retornar a un país del que nunca debieron salir, o afincarse definitivamente en lugares que los acogieron con solidaridad.
En el transcurso de ese tiempo muchos forjaron nuevos espacios para su desarrollo: aprendieron distintos idiomas, conocieron, asimilaron y aportaron a otras culturas, adquirieron o revalidaron títulos, trabajaron en lo propio o aprendieron nuevos oficios o disciplinas.
Sin embargo, otros sucumbieron ante el dolor de verse expulsados de lo que les pertenecía: depresión, angustias, enfermedades y suicidios recorrieron esos años el mundo del exilio.
A partir de entonces en Chile, la reflexión sobre el exilio ha estado centrada sobre todo en la experiencia del retorno, en el sentimiento de desarraigo profundo de la identidad individual y colectiva que ha hecho del exilio una experiencia traumática. De ello hablan por sí mismos los numerosos testimonios que nos ha heredado la historia.
Muchos… nunca más volvieron, y siguen siendo: “Los sin patria“. Esta reflexión busca, de una u otra forma, conjurar “el otro nombre de la muerte”, como Shakespeare denominaba al exilio.
Si somos capaces de sentirlo, siquiera un instante, tal vez pueda evitarse volver a caer en él nunca más.
“Vuelvo a casa, vuelvo compañera.
Vuelvo mar, montaña, vuelvo puerto.
Vuelvo sur, saludo mi desierto.
Vuelvo a renacer, amado pueblo.
Vuelvo, amor vuelvo. A saciar mi sed
de ti…
Vuelvo, vida vuelvo, a vivir en mi país.”
Illapu.