Cárcel de Valparaíso

A partir de Septiembre de 1973 la marinería antigolpista detenida en Valparaíso y reclusa en el Cuartel Silva Palma, es dada de baja temporalmente de la institución y trasladada a la Cárcel de Valparaíso. Allí pasan a ocupar el teatro de la prisión para mantenerlos separados de la población penal. El 22 de octubre llega al penal el último grupo desde el Silva Palma y se suman posteriormente algunos marineros detenidos en   la Base Naval de Talcahuano presos ya en la Cárcel de Concepción, “Chacabuco 70”. Entre ellos; Antonio Ruiz, José Maldonado, Bernardo Carvajal, Victor López , Mario Cordero y Santiago Rojas, entre otros.

Los primeros 14 marineros antigolpistas que fueron trasladados del Silva Palma a la Cárcel de Valaparaíso

Foto extraída del Libro “Los que dijeron No”,del historiador Jorge Magasich.

Portada del Diario La Tercera de la Hora, 1° de Octubre de 1973

CARCEL  DE  VALPARAISO  PABELLON DE DETENIDOS

(Extracto del libro autobiográfico que escribiera el Marinero Jaime Espinoza.        ” El Deseo de Vivir “. Año 2003 )

Mientras éramos trasladados en un camión cerrado, me sentía tan denigrado, tan humillado, tan incierto de lo que me ocurriría, todo lo cual aumentaba mi tormento.

Luego de un viaje de veinte minutos, llegamos a un edificio viejo de altas paredes,  al detenerse el vehículo procedimos a bajar lentamente era muy incómodo caminar con las cadenas, nos hicieron pasar al lugar de recepción para los admitidos o nuevos reos, terminado todo el procedimiento y después de darnos unas frazadas nos dirigieron al interior, pasamos unas rejas de metal viejas, descoloridas por los años y por las manos sucias que tantas veces las habían tocado pareciendo más que una pintura, era cúmulo  de grasa y de suciedad.

A mi lado caminaba  Julio Gajardo otro marino preso, también acusado de sedición, , juntos seguíamos al guardia; cuando  éste abrió las puertas del pabellón, sufrí una de las impresiones más fuertes de mi vida, mis ojos y mi boca se abrieron, se me cayó la mandíbula, nunca me imaginé que seres humanos pudieran vivir  en estas condiciones, era otro mundo, ni en mis pesadillas había soñado que algún día estaría visitando un lugar como éste, todo era completamente nuevo y traumatizante para mí.

Después de treinta años,  cuando volví a encontrarme con mi amigo Julio, en Nueva York, riéndose me decía; oye Lolo ,  nunca me voy a olvidar de la expresión de tu rostro cuando entramos al pabellón, sufriste un ataque de asombro y de pánico.

El gendarme que nos guiaba hacia el interior nos mostró las celdas a donde  deberíamos quedarnos, algunas de ellas sin cama o litera, solo un montón de basura y desperdicios, húmedas y malolientes, daban la apariencia de que las habían usado  más de una vez para orinar, el solo hecho de pensar que este lugar sería mi sitio de estadía, aumentaba mi  tormento.

Apenas tuve la oportunidad le envié una carta a mi padre informándole de mi  traslado a este recinto penitenciario, y que no entendía porqué, si ya no pertenecía a la Armada ¿cuál había sido mi delito? para estar en este lugar tan denigrante.

Con el pasar de los días, llegaron dos marinos conocidos del Silva Palma, inmediatamente procedí a saludarlos y darles “la bienvenida”, hablamos con un gendarme para conseguirles literas; limpiamos una celda en el tercer piso y nos instalamos los cuatro marineros, ahora nos sentíamos más protegidos.

Tenía yo 18 años,  y estaba en una cárcel de alta seguridad, era la primera vez que me veía preso; pude apreciar el poco respeto por la vida humana, convivir con el estrato más bajo, el lumpen de la sociedad, allí la vida no valía nada; en varias oportunidades pude observar que algunos detenidos heridos eran llevados al hospital, por haber participado en riñas por cosas banales; se vivía en una permanente tensión en la que cualquier problema o discusión, por pequeño  que fuera, terminaban en peleas, dando como resultado reclusos heridos o muertos.

Los más fuertes tenían otro prisionero de amante quien le servía de novia, le cocinaba y le realizaba todas las funciones de su señora, la que era muy cuidada, con ataques de celos que rayaban en la esquizofrenia.

Este es el bajo mundo que no se conoce, que se ve en ciertas películas que quieren mostrar el lumpen de la sociedad, uno piensa que es el mundo de unos desgraciados que son como la ralea humana; pero desgraciadamente sólo se vive cuando se está en él, o mejor, cuando se tiene la desgracia de caer en él; pero ¿ por qué caer tan bajo?; sólo por disentir de las creencias de unos oportunistas de turno, que amparados en un uniforme se creen los dueños del país y de sus habitantes, muchas veces coartando la libertad de opinión y de expresión, como si no viviéramos en un país libre y democrático, adonde había quedado olvidada la más mínima dignidad de una persona, ya que éramos tratados como animales con castigos físicos y psicológicos; no nos merecíamos ese trato no sólo como chilenos sino como seres humanos; ese era un ejemplo de la degradación a la cual puede llegar una persona; pero, ¿por qué?,; esta pregunta me la hacía muchas veces, era simplemente porque pensaban que yo era un elemento peligroso, infiltrado o estaba allí porque me oponía al golpe militar, donde mi posición  siempre fue de evitar una guerra entre ciudadanos, cuando en los interrogatorios trataba de decirlo no me creían y me callaban de un golpe, ya que siempre querían que yo dijera lo que ellos querían oír, aunque ello no fuera cierto, eran las “verdades voluntarias”.

Afortunadamente a la semana siguiente llegaron otros diez marinos; los recibimos como reciben los náufragos a los que los van a rescatar, caminaban desorientados aún no se recuperaban de la impresión mirando a su alrededor, cuando les salimos al encuentro dándoles un abrazo de bienvenida,  nosotros recordábamos nuestro primer día y sabíamos que nunca nos olvidaríamos; ahora éramos 14 y posiblemente seríamos un grupo de respetar, a los ojos de las pandillas que existían en la cárcel.

El capitán de gendarmería viendo que éramos catorce marineros, decidió organizarnos en el teatro de la cárcel, la cual quedaba  cruzando la cancha de futbol al otro lado del pabellón  tenía una puerta doble con barrotes redondos de metal, al ingresar tenía corridas de tablones a lo largo del salón con cabida para cerca de doscientos detenidos,  parecía un edificio abandonado por muchos años, todo lleno de polvo y  tierra, era difícil determinar  cuándo fue la última vez que había funcionado para un evento;   el baño  era impresionante su estado nauseabundo, el excremento y los orines habían percudido las paredes de azulejo que ya no eran blancas, el excremento se había secado a través de los años y se había vuelto como una pintura negra y café oscura,  nos daba escalofrío el solo hecho de pensar que teníamos que limpiarlos para poder usarlos, tuvimos  que  buscar pedazos de metal y de madera  que eran muy difícil de encontrar  y armarnos de valor  para raspar toda la pudrición acumulada por varios años; con unas camisetas  nos cubrimos la nariz y la boca para dar comienzo a la dura tarea que nos tomó muchas horas, mientras raspábamos tratábamos de aguantar la respiración, o de respirar lo  mínimo posible , haciendo turnos debido a que la putrefacción  nos generaba náuseas y vómitos;  pero teníamos que hacerlo ya que ésta sería nuestra vivienda por un período incierto de tiempo.

Después de haber terminado la limpieza de todo el teatro, trajimos  las literas del pabellón  y las armamos en el  escenario, poco a poco nos íbamos organizando; al mismo tiempo conseguimos por parte de los demás reclusos y de los guardias elementos para nuestro uso diario; los marinos que vivían en la zona le pedían a su familia lo más necesario, como una cocinilla a parafina, una pequeña radio para informarnos de lo que ocurría en el exterior, víveres para cocinar y algunas cosas que negociábamos con los demás reos.

Todos los días comíamos  el mismo “menú”, es decir, “porotos con riendas”;  con hambre o sin hambre era todo lo que nos daban en la cárcel, algunas veces cocinábamos algunos alimentos  que llevaban los familiares, nos turnábamos pero yo lo hacía más a menudo , siempre me gustó cocinar desde que mi abuela a los 14 años me llevo hacia la cocina y me dijo,  ponga atención le voy a enseñar a hacer unas sopas y unos estofados ,en caso que algún día se case y su mujer no sepa cocinar ,entonces no pasará hambre, mi abuela fue muy sabia.

Pasaban los días, y de vez en cuando se escuchaban balazos,  especialmente en la noche, vivíamos en la incertidumbre de nuestro destino. Por las visitas y la  radio oíamos de algunas manifestaciones de personas que se reunían para protestar por el maltrato y captura  de los marinos capturados;  estas eran las consignas que la gente gritaba en las calles “El pueblo unido, jamás será vencido”  y  “Marino torturado el pueblo está a tu lado”

El día 11 de Septiembre por la mañana, abrí los ojos, eran casi  las siete; prendí el  radio pequeño que teníamos para escuchar las noticias; me llamó la atención porque escuche la palabra “ESCULAPIO; decidí cambiar de estación, para mi sorpresa todas las emisoras transmitían música clásica ,la que  era interrumpida con una frase que decía así: “ESCULAPIO”, “ESCULAPIO”, “ESCULAPIO”;  después continuaba la música clásica; me sorprendió al punto que empecé a despertar a mis compañeros y decirles lo que estaba ocurriendo, estábamos todos curiosos pensando que podría ser una contraseña, seguimos buscando emisoras, en ese mismo momento empezamos a escuchar ráfagas de ametralladora y disparos en diferentes direcciones, acompañados con gritos y alaridos de personas, nos quedamos mirando y comprendimos que era el momento que todos temíamos,  era el golpe de estado ejecutado por  los militares; uno de los marinos  insistía en buscar una emisora que estuviese transmitiendo, finalmente encontró una y oímos en la radio Magallanes las palabras del Presidente Salvador Allende pidiéndole al pueblo que se quedara en sus casas ,que no saliera a las calles, que las fuerzas armadas lo habían traicionado, que se habían revelado y querían asumir el poder de gobierno, pero que el pagaría con su vida la lealtad a su pueblo,  antes de cortarse  la comunicación se escuchó la voz de un locutor diciendo que la radio estaba siendo atacada por aviones con misiles,  se escuchaban las explosiones, después, quedó todo en silencio ,empezamos a sentir una sensación de miedo y temor, manifestábamos diferentes opiniones por lo que fuera a ocurrir.

Solamente meses después vine a entender que ESCULAPIO era la palabra clave que habían usado las fuerzas Armadas para iniciar el golpe de estado contra el presidente Allende.

Eran cerca de las nueve de la mañana cuando llegó un guardia abriendo el candado y soltando las cadenas, acompañado de  un pelotón de  infantes de marina, gritando y vociferando amenazas, ¡ Todo el mundo afuera!, ¡Afuera chuchas de su madre o los vamos acribillar aquí mismo!;  nos agarraron de las camisas  y nos jalaron  hacia afuera a la vez que nos daban  patadas, culatazos y empujones, nos pusieron a los catorce marineros en contra de la pared del patio de la cárcel, allá nos esperaban un teniente y un sargento.

MURALLA DE FUSILAMIENTO A DONDE FUIMOS COLOCADOS  LOS 14 MARINOS DETENIDOS 

El sargento nos mandó a alinear  de espaldas contra la pared.

Enseguida se dirige al teniente, se le cuadra en saludo militar y le dice: Aquí están todos, mi teniente.

El teniente dirigiéndose al pelotón de infantes de marina  les grita y les da la orden ¡Preparen armas!.   ¡! APUNTEN!!

En ese momento aparece el capitán de gendarmería encargado de la cárcel, con otra persona  que tenía una correa sobre los hombros y  le colgaba un objeto, (luego nos dimos cuenta que era una cámara), le hizo un ademán con la mano al fotógrafo para que se detuviera,   al mismo tiempo seguía caminando hacia donde estábamos, gritando ¡Mi teniente!; éste, voltea su cabeza y empieza a caminar para encontrarse con el capitán, se dieron el saludo militar  y  alcanzamos a oír el siguiente diálogo, ya  que aunque estaban un poco lejos, los dos estaban muy irritados y hablaban en voz alta.  El teniente le dice: “Vamos a fusilarlos a todos éstos marinos, ya que están acusados de sedición y traición a la Armada; ellos nos iban a matar a nosotros”; el capitán de gendarmería responde: “ No los puede fusilar, ya no son militares, ellos fueron declarados reos comunes y están bajo mi responsabilidad, si los van a fusilar tienen que hacerlo fuera de mi recinto, en este momento hay  más de trescientos testigos que están viendo lo que ocurre desde el pabellón, además  necesita  traer una autorización judicial, para sacarlos de aquí”; señalando al señor de la cámara, le dijo: “ este señor es  un reportero de la revista VEA y está aquí para sacarles una foto a los detenidos”.

El teniente, sumamente frustrado e indignado con el capitán, da la orden de bajar las armas y retroceder para la foto, el capitán  alza la mano hacia el reportero  quien  se acerca rápidamente y nos saca la foto que adjunto.

El teniente da la orden  de que nos lleven de vuelta al teatro, vociferando   que regresaría a buscarnos.

¡ El capitán de gendarmería nos había salvado la vida ¡.

Los infantes se acercaron y nuevamente con patadas, puños y  culatazos nos  empujaron al teatro de la prisión, algunos de nosotros rodamos por el piso debido a las patadas que nos daban en la espalda y en las piernas. Nos maltrataron con un odio de enemigos; con el tiempo supimos que les habían informado que nuestros planes era matarlos a ellos, claro, por eso eran tan verdugos.

A la vez que éramos arrojados, empujados hacia el interior ahora caminábamos lentamente sin rumbo, algunos se dirigieron a sus literas otros continuaban caminando con la cabeza agachada, como mirando el piso.  Por un lapso de tiempo, no pronunciamos palabra alguna, solo un silencio sepulcral, durante varios minutos interminables que parecieron horas,  pensando solamente en que vendrían a buscarnos para un inminente fusilamiento; un sentimiento de infortunio se había  apoderado de nosotros, al alzar nuestros ojos nos quedamos mirándonos, alzamos nuestros brazos y nos abrazamos fuertemente demostrando el amor y la hermandad que nos unía en ese momento, a la vez que nuestros ojos rojos y mojados sellaran la vivencia de ese momento;  nos despedimos en silencio; la emoción, las lágrimas y el sentimiento de impotencia de no poder defender nuestras vidas, de no volver a ver nuestros seres queridos no nos dejaban pronunciar palabra alguna, lo único que podíamos hacer era esperar la muerte, ¡qué larga espera, qué angustia, qué nervios!, yo quería despertar de esta pesadilla rehusaba creer que era una realidad , queríamos aprovechar cada momento, eternizar el instante, parar el reloj, qué tormento tan espantoso, qué lucha existencial; vi a un compañero escribiendo, le pregunte, ¿ qué haces?, me queda mirando y con lágrimas en los ojos me contesta , le escribo una carta a mi esposa para que cuide a mis hijos y un mensaje para mis padres, aparentemente todos teníamos la misma necesidad y buscábamos con que escribir.

En ese momento, dos reos, uno de ellos el Guatelapi, habían  atravesado corriendo el patio de la cárcel; desde las ventanas del pabellón habían observado todo nuestro drama;  se acercaron poniendo ambas manos y la cara en contra de  los barrotes de la puerta, y  nos preguntaron, ¿qué podemos hacer por ustedes?, ¿cómo podemos ayudarlos?;  dejaron de ser malos o antisociales ahora lo más importante es que éramos chilenos en necesidad, para hacer un gesto de bondad;  por un momento se olvidaron de nuestras diferencias  y emergió la calidad humana;  no estábamos tan  solos, noté  que ellos, arriesgando su integridad física, habían venido a ofrecernos su ayuda; lo único que se nos ocurrió fue decirles, necesitamos papel y lápiz. el Guatelapi ordenándole al otro reo le dice, dile a los otros que los colecten rápido y los traes, inmediatamente  dio la media vuelta corriendo hacia el pabellón, mientras el Guatelapi nos decía ,nosotros estábamos mirando por las ventanas sin saber qué hacer, milicos culiados se los querían hechar,(matar) nosotros guardamos silencio, pero respondimos moviendo la cabeza en forma afirmativa y haciendo gestos con el rostro como presintiendo nuestro final; él percibe que no es un momento para dialogar y vuelve su cuerpo mirando el pabellón y alza sus brazos en signo que está esperando a la vez que camina lentamente, de vuelta casi al instante aparece el otro reo corriendo y en sus manos traía una cantidad de lápices y papeles; ese gesto humano jamás lo olvidare.

Tomé un papel y un  lápiz y proseguí a escribir la que en ese momento pensé sería mi última carta, para despedirme de mis familiares; debían saber que los pensaba en mis últimos momentos  y que  los amaba; en esa angustia me di cuenta de que los necesitaba y que no estaba anímicamente solo; le escribí la carta de despedida a mi padre, la cual él la conservó y me la devolvió para incluirla en el presente libro. Decía así:

Querido Papá:

Te escribo estas líneas, pues en este momento desconozco mi destino, me encuentro en el Teatro de la Cárcel Pública de Valparaíso, junto a otros trece marineros.

Hace un momento atrás, vino un pelotón de infantes de marina y nos pusieron contra la pared, te digo que mi corazón saltaba a mil por hora.

Mientras el capitán de gendarmería discutía con el teniente infante, nos tenían apuntados con los fusiles; ese momento era como una agonía; después nos agarraron a patadas, culatazos y golpes y nos metieron de vuelta al teatro.

Oye viejito, yo creo que nos iban a fusilar, ahora no sé que va a pasar; por eso te escribo estas líneas. Hace un momento atrás, nos abrazamos y lloramos, como despidiéndonos, contando los minutos que nos quedan de vida.

Papá, perdóname si no fui el hijo que tú esperabas tener, pero yo no tengo nada de qué avergonzarme; mi único delito, el querer evitar o revelarme a una matanza entre chilenos; recuerdo que cuando estaba en la Marina, le dije al oficial, yo pienso que si llega la orden de matar a otro chileno, no lo voy a hacer y su respuesta fue: usted como soldado no está supuesto a pensar, sino a obedecer

Papá, como marino, me enseñaron a amar a mi patria, a emocionarme al oír el Himno Nacional y a sentirme orgulloso al ver mi bandera y de ser chileno, pero nunca me prepararon para disparar contra un compatriota.

No sé  lo que va a ocurrir, pero tengo miedo, nunca pensé que mi vida iba a terminar así. Papá, los quiero, dile a todos que siempre los recuerdo, un abrazo y cariños a todos.

Tu  hijo Jaime.

ORIGINAL DE LA CARTA  ENVIADA POR JAIME ESPINOZA A  SU  PADRE, DESPIDIENDOSE  DE EL Y DE SUS FAMILIARES , CUANDO PENSABA QUE AL DIA SIGUIENTE LO IBAN A FUSILAR  EN  EL  PAREDON .

Hubiera necesitado muchas palabras para expresar lo que sentía en esos momentos y lo que sentía muchas veces cuando estaba detenido, lo quiero resumir en una sola palabra, sentía miedo, miedo a la vida, miedo a seguir viviendo en esa continua  agonía; pero me sobreponía y sentía un tremendo miedo a la muerte, no quería morir pero tampoco quería seguir viviendo en esa pesadilla; recapacitaba y me decía no puedo morir sin haber llegado a cumplir los objetivos y sueños que como toda persona yo los había tenido en mi niñez y en mi juventud; el tratar de conseguirlos me daba una fuerza inconmensurable y una energía adicional para no entrar en derrota y seguir aferrado a la vida, me trataba de motivar a mí mismo de que cada día que pasaba, pensaba con optimismo, a veces en forma ilusa, me traería un mejor futuro y que podría realizar los sueños que me había trazado, pero los sueños, sueños son y años después, cuando ya estaba libre es que me vine a dar cuenta que esas detenciones y el tiempo pasado en las cárceles y en los campos de concentración, me habían marcado para siempre; la misma sociedad me cerraría las puertas y no dejaría que yo cristalizara mis sueños de juventud; pero por lo menos había realizado lo que más ansiaba en esos momentos de detención, mi libertad.

Durante toda  la noche nadie pronunció palabra alguna, existía un silencio fúnebre, ¿sería el silencio de la muerte?; nos habíamos despedido de nuestros seres queridos y de nosotros mismos ya que no sabíamos si era la última noche de nuestra existencia.  Para mi sorpresa,  no  vinieron a sacarnos  esa noche, esa eterna y horrible noche yo no dormía pensando que en cualquier momento  escucháramos los gritos con la orden de salir  para llevarnos al paredón de fusilamiento; es horrible vivir en ese estado de desesperación.

Al otro día al abrir los ojos todos nos mirábamos como alzando los hombros, levantando las cejas, y moviendo la cabeza hacia un costado, eran gestos de dudas y de interrogación sobre nuestro incierto destino,  pero había que seguir viviendo, y estábamos felices de vivir un día más.

Algunos de los reos comunes nos vinieron a visitar, cruzaron la cancha y también en un tono alegre y  sonriendo nos decían, “chucha de la que se salvaron’’, ellos  habían estado  pendientes de nosotros haciendo apuestas si lográbamos sobrevivir  esa noche,  en un signo de admiración y de agradecimiento con la vida, nos saludábamos dándonos la mano; para celebrar nos invitaron a una “pichanga”, así fue como empezamos a organizarnos y a practicar este deporte tan querido para todos; la cancha era de tierra dura, totalmente ausente de cualquier vestigio de pasto verde, si es que alguna vez lo tuvo, una caída significaba quedar todo raspado y muchas veces sangrando, pero no importaba lo importante era jugar, mover la pelota, correr  y tratar de producir goles, yo personalmente nunca fui  uno de los mejores, pero disfrutaba participando.  Los  partidos de futbol  servían para relajarnos y olvidarnos por un momento de nuestra  situación.

En una tarde me encontraba al costado de la cancha observando el partido de futbol y nos quedamos viendo con el Guatelapi, nos saludamos y empezamos a conversar, él mostraba cierto interés o admiración por nosotros, debido a que se había enterado por medio de las noticias y rumores  que nosotros nos íbamos a robar los buques de la Armada , claro comparando con los robos que ellos hacían, éstos eran muy insignificantes con relación  al nuestro; ahora nosotros éramos  considerados como unos ladrones pero unos héroes para  él; ahora estando frente a mí, tenía la curiosidad de saber cómo nos habíamos organizado para cometer semejante delito;  se comentaba que esa era la razón por la cual nos habían encarcelado; le conté la verdad, que por un presunto golpe militar al gobierno todos estábamos acusados de sedición y motín en contra de la Armada

Unas semanas después llegó otro grupo de marinos a la cárcel, la mayoría se conocían y se saludaban de abrazo, yo era el único que no conocía a nadie; aunque nunca les pregunté, pienso que en más de una ocasión alguno de ellos sospechó  que yo era un infiltrado en el grupo, a veces me miraban en forma extraña, y era lógico, ¿cómo se explicaban  la subversión o el motín de una sola persona,  ahora me sentía como enemigo de los dos bandos, era un castigo mental; algunas veces les expliqué mi situación pero para mi interior siempre pensé que les quedaban una serie de dudas.

 

Autor: Mario Patricio Cordero Cedraschi
Testimonio de: Mario Patricio Cordero Cedraschi
Fecha de la experiencia: invierno de 1975
Mis recuerdos de la canción: Llevaba ya dos años en prisión y la permanencia en la cárcel se prolongaba. Al observar en las visitas que muchos prisioneros tenían hijos, mujer, familia… En mí, por haber sido detenido tan joven, con apenas 19 años, crece la inquietud de tener que morir sin haber procreado, sin haber llegado a conocer lo que es este maravilloso sentimiento humano…Hasta que esta inquietud se transforma en pesadilla y nacen estos versos que se transforman en canción y ocupan la última hoja de mi cancionero de la Cárcel donde recopilé una serie de canciones que cantaban otros prisioneros.. Vivió un tiempo en mi celda un músico que era de Valparaíso, Alvaro Vidal Perez del cual aprendí los primeros acordes. Cuando se marchó al exilio me dejó su guitarra, que fue mi compañera por otro largo año en cautiverio.

http://www.cantoscautivos.cl/canciones/suenos-de-mi-encierro/

Casamiento al Interior de la Cárcel de Valparaíso.
Invitación al casamiento. Autor: desconocido

El primer equipo de balonpié de los presos políticos en la cárcel de Valparaíso.

Dibujo del pabellón interno de la cárcel de Valparaíso vista de la “tercera galería” donde estuvieron recluidos marineros constitucionalistas y presos políticos. Dibujo publicado el 2014, en el Libro “Dibujos en Prisión” de una colección publicada por el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos. Autor: Mario Cordero Cedraschi, Nombre de la Obra: Celda 147. Por encima de las puertas de las celdas se aprecian nombres de detenidos que las habitaban

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