En el destructor Blanco Encalada

Comienzan las detenciones

El domigo 5 de agosto se despliega el operativo para detener a los marinos. Juan Cárdenas sabrá más tarde que, al parecer Julián Bilbao lo coordina desde la Academia de Guerra, al día siguiente éste será designado fiscal.   ([E] Cárdenas, 2002)

Domingo 5, en la noche

Juan Cárdenas es detenido cuando llega al destructor Blanco, al caer la noche. Un grupo de oficiales –recuerda- lo lleva a la sala de mando, lo amarra, le coloca una venda y lo saca, sin darle ninguna explicación (Cárdenas, 2002 ), lo mismo ocurre con otros marinos.

La versión de Hernán Julio, el comandante del destructor, es parcialmente diferente. Éste recuerda que lo impresionó la cantidad de marinos organizados en su barco. No conoce personalmente al sargento Cárdenas. Después se sabrá – afirma – que está casado con una “mirista”, secretaria del actual “Tohá”, y que “esta mirista convirtió en mirista a Cárdenas y bueno, ese fue el nexo” ( la mujer de Cárdenas, Regina Muñoz Vera, es comunista y una de las secretarias de Daniel Vergara, subsecretario del Interior.) ese día, el sargento llaga al buque hacia las 6 de la tarde. Es detenido e interrogado por el segundo comandante Renato Tepper, de quien el comandante Julio tiene bastante mal concepto:

“ A medida que fue llegando esta gente, entonces se le fue interrogando y este sargento Cárdenas, como la mujer vivía en Santiago, regresaba temprano, así es que llegó tipo seis dela tarde. Entonces, interrogó primero el segundo comandante que era Renato Tepper, una persona muy poco criteriosa, de muy poco criterio, y a mi juicio de muy poca cabeza, poca materia gris [… ] El asunto es que el hombre [Tepper] me fue a dar cuenta: niega todo. En última instancia – “¡ Tráiganmelo !” – me lo suben. Sube el gallo que era flaco, blanco como papel “.

Le pregunta “ ¿ qué sabe de ésto ? ”. Juan Cárdenas replica que no sabe de qué hablan y que nunca ha formado parte de ningún movimiento. Julio le dá cinco minutos para reflexionar. Trancurrido el plazo, Cárdenas regresa para reiterar que es inocente argumentando “yo soy de máquinas, cómo voy a dirigir yo un movimiento…” Para el comandante el argumento es razonable ¿ cómo un sargento de máquinas, que poco sabe del puente, lugar desde el cual se gobierna el buque, podría dirigirlo? Sin más trámite entrega a su prisionero a la Infantería de marina; viene un camión y se lo llevan. El comandante Julio no volverá a verlo ( Entrevista a Julio, 2004 ).

Esa noche a los pocos minutos de iniciadas las detenciones, los servicios de inteligencia descubren un documento primordial. Al allanar el cajón de Juan Cárdenas, encuentran el “Zafarrancho de combate” que precisa el lugar que tendrá cada marino una vez tomado el control del destructor. El documento habría sido redactado por Cárdenas y Roldán y trascrito por Velásquez (E. Cárdenas, 2002). Además hallan un sistema para cifrar números de teléfonos (“sume al número real la clave 289254”), así como la mitad de un billete de 10 escudos, instrumento de reconocimiento del portador de la otra mitad (Causa 3926, fojas 4; 11-13),

El sargento es sacado del buque con la vista vendada y lo conducen a un lugar que, en un primer momento, no consigue identificar. Luego se da cuenta que está en el regimiento Miller (fuerte Vergara),donde nunca le quitan la venda. Allí lo espera un equipo de torturadores.

Desde su llegada , Juan Cárdenas, siempre amarrado y vendado, comienza a ser torturado por un equipo de oficiales de la infantería de marina. Luego de flagelarlo, lo cuelgan en una cruz en forma de “X”, “ con las piernas tan abiertas que la intención que tenían era rajarme”; le golpean especialmente los genitales. La tortura se prolonga durante toda la noche, hasta la mañana del día siguiente.

En la entrevista que dará a Chile Hoy veinte días después, el sargento describe el tratamiento: le aplican también electricidad, de tal manera que los estremecimientos hacen que se zafe su brazo izquierdo; luego lo encierran en un ataúd, que consigue ver, y lo lanzan rodando por una pendiente; siguen las immersiones en un recipiente con aguas servidas; a la tercera zambullida pierde el conocimiento. Cuando vuelve en sí lo golpean sobretodo en la cabeza “ porque ya no tenía lugar del cuerpo donde me puedieran pegar “ (Chile Hoy 64,31-8-73)….

….le preguntan “ sobre los bombardeos, de que íbamos a eliminar a todos ellos, a la infantería de Marina “ y comenta:

     “ Yo sabía de antemano lo que me iba a pasar si es que perdíamos. Primero, con suerte, quedé vivo. Yo sabía que me las jugaba muchos compañeros se la jugaban ahí era cuestión de vida o muerte” ( E. Cárdenas 2002 ).

 Lunes 6 y martes 7

Durante la noche de domingo, el sargento Cárdenas es trasladado, medio muerto, a la Academia de Guerra. Lo encierran en un recinto de detención ubicado en la parte inferior del edificio donde continúan los golpes, ahora sin preguntas. La mañana del lunes lo llevan a la enfermería, pero el enfermero al ver su estado, se niega a atenderlo: “ yo no me meto en este forro – dice – este hombre tiene que ser visto por un médico”. Sin embargo no lo hospitalizan. El enfermero dirá lo mismo frente a Blaset y Lagos (Chile Hoy 64, 31-8-73).

El proceso jurídico se abre el día 6, con la información del jefe del departamento A2 (inteligencia) , capitán Hugo Hernández Ibáñez, al comandante en Jefe de la escuadra almirante Pablo Weber:

“ se ha detectado un grupo de personal que aparece implicado en acciones tendientes a quebrantar el orden y disciplina a bordo de las unidades […] han sostenido reuniones a bordo y en tierra el día 5 de agosto de 1973, en las cercanías de la avenida Argentina”.

El capitán de inteligencia cuenta lo que el marino José Araneda les ha informado de esto el día anterior, citando los nombres de Cárdenas, Blaset y José Lagos. El almirante Weber designa a Julián Bilbao fiscal administrativo (Causa 3926, foja 1). Blaset afirma que también actúa como fiscal Juan Mackay Barriga.

Ese lunes, en un estado lamentable, Cárdenas declara por primera vez ante el fiscal Bilbao. Acepta ser el jefe de un grupo organizado en el destructor Blanco, “ para tomar el control del buque en caso de que la oficialidad tratase de llevar a cabo un golpe de Estado ” y de haber participado en reuniones con civiles del Mir,  Mapu y PS. Su contacto es un tal Tito, les dice, y debe reconocer la autoría del “ Zafarrancho “ encontrado en su cajón ( Causa 3926, foja 4 ).

Lo que no dice el proceso, pero el sargento recuerda, es que él denuncia ante el fiscal Julián Bilbao  que ha sido torturado. El fiscal se limita a responderle que “ en caso de golpe de Estado, no va a quedar vivo ningún dirigente de izquierda” (Chile Hoy 64,31-8-73).

Casi treinta años más tarde, el sargento explica que “Tito” – que figura en el proceso como su contacto con el Mir- fue un invento. “ Yo inventé varias cosas, así quedaron libres muchos compañeros”, recuerda. Aö día siguiente, el martes 7, el sargento es conducido, de nuevo, ante el fiscal Bilbao. En una segunda declaración, se hace el único responsable, explica que había consultado a un abogado para saber si el movimiento era legal y que no informó por conducto regular porque pensó que sería detenido. Añade que Altamirano y Henríquez no consideraban factible la operación, y recuerda que el capuitán Tepper había afirmado que el gobierno caería dentro de 15 días (Causa 3926, foja 7 ).

El lunes 6, en los buques, los marinos se despiertan con el portalón cerrado, lo que significa que nadie puede salir (E. Cifuentes, 2000)….

….En el Blanco, durante al formación matinal, se informa que han sido detenidos miristas, entre ellos el sargento Cárdenas, que los sevicios disponen de una lista y termina gritando: “¡Los que estén involucrados en esto que salgan!”. Cunde el temor entre los que saben que figuran en la lista (el zafarrancho) pero poco pueden hacer (E.Roldán,2003).  Pronto detendrán a Roldán, Alberto Salazar, Velásquez y varios otros.

La noche anterior, José Velásquez había notado más guardias que de costumbre, y que, desde su ingreso al buque, advierte que lo observaba el mismo oficial que hacía unas semanas había intentado escuchar sus conversaciones en Huasco. Pronto irrumpe un cabo armado al centro de control de fuego, apunta a Velásquez y le ordena de avanzar a la cámara de oficiales. Ahí lo interrogan primero los oficiales subalternos, luego el segundo comandante Tepper y enseguida el comandante Julio. A todos les responde que no sabe nada y que prefiere declarar ante un fiscal. Su oficial de división , que lo aprecia como buen profesional, lo acompaña al Silva Palma, e incluso se despide  deseándole suerte y recordando a la guardia que el detenido está en libre plática (E. Velásquez, 2003).

Hacia las 9 horas, el cabo Roldán recibe la orden de presentarse al camarote del segundo comandante Tepper, para informarle de la salud de la mujer del cabo, hospitalizada en Talcahuano. Roldán comprende que es un treta, pero sólo puede obedecer. Tepper “al tiro me agarró, me acusó de traidor, me sacó la madre, me insultó lo más que quiso”. El cabo hace esfuerzos para no ofuscarse y le responde: “Mire, sabe que más, me está insultando, yo no soy un niño chico, ¿qué es lo que quiere?”. Luego de un aluvión de acusaciones, el oficial lo arresta en un camarote. Poco después, un grupo de infantes lo saca con destino al cuartel Silva Palma, junto con Alberto Salazar.

Todo el día martes 7, Roldán y A. Salazar permanecen incomunicados con una vigilancia estricta, para evitar que hablen entre ellos. De noche los conducen a la Academia de Guerra, ante el fiscal Julián Bilbao. Juan Roldán se encuentra en una situación extremadamente difícil : sus interrogadores tienen el plan de ocupación del destructor Blanco que él había elaborado con otros, y conocen a los 56 marinos que ahí figuran. “ Ellos me la mostraron, así es que yo no podía negar esa lista”, explica. Intenta defenderse y defender a sus compañeros esforzándose en olvidar: “Traté en ese entonces de olvidarme del máximo nombre de personas […] yo me quedé callado, de repente como que me les quedaba dormido, ahí parado. No quería escuchar, escucharlos a ellos, ni quería decirles nada”, sabiendo que lo que ahí reconociera sería utilizado en su contra (E. Roldán, 2003).

Lo presionan físicamente, “me dan con un puntero en los brazos y en la cabeza”, mostrándole que tienen informaciones  y leyéndole declaraciones de otros. Se da cuenta de que algo tiene que reconocer. Confirma así su participación en la reunión con Altamirano, diciendo que ha sido una tontería, y que no estaba de acuerdo con los que asistieron. Acepta también haber confeccionado el “Zafarrancho” con Velásquez y haberlo entregado luego a Cárdenas. Pero tiene el cuidado de de añadir que los nombres que figuran son gente con la que sólo ha conversado, sin preguntarles si se embarcarían en la aventura (Causa 3926, fija 9).

Al atribuirse la autoría exclusiva de la lista, Roldán abre una vía que permitirá evitar el proceso a muchos que figuran en la lista. Estos podrán afirmar que ignoraban su existencia; y cuando no consiguen probarles otra cosa, salen indemnes o al menos evitar lo peor.

Interrogado acerca del tenor de las reuniones con dirigentes políticos, Roldán indica que “ante la posibilidad de tomerse los buques, los mencionados políticos no se manifestaron ni a favor ni en contra”, ya que, cuando los marinos les solicitan apoyo, “los personeros políticos manifestaron que lo pensarían sin dar un pronunciamiento final” (Causa 3926, foja 9).

Al término del interrogatorio le leen la declaración y se la extienden para que la firme. Juan Roldán pide leerla, ya que podrían haber apuntado algo que él no dijo. “No”, le responden, “aquí está escrito lo que dijiste; firma no más y vay a quedar bien”. El marino replica “quiero ver”, y coge el papel, pero se lo arrebatan de las manos y con el forcejeo se arruga. De muy mal humor, vuelven a vuelven a dactilografiar la declaración y la colocan sobre la mesa cubriendo su contenido con otro papel que deja libre sólo el espacio para firmar. Agotado, Juan Roldán firma. El documento está fechado al día siguiente, el 7 de agosto. La firma de este documento, como el de otros en el proceso, no se efectúa con pleno consentimiento y conocimiento del interrogado.

El Lunes 6 en la noche, el cabo Pedro Lagos está de guardia solo en la unidad de comunicaciones del destructor Blanco, a cargo del teletipo, de los cuatro equipos de frecuencia de socorro marítimo y de la máquina de criptografía. Sabe que puede ser arrestado en cualquier momento. El tráfico de comunicaciones es normal hasta que el teletipo arroja un mensaje que dice: “Comunicado urgente, transbórdese en comisión de servicios, a la Academia de Guerra Naval, al cabo segundo radiotelegrafista serie de tango 2999, Pedro Lagos Carrasco”.

Desamparado ante el télex que ordena su propia detención, el cabo Lagos experimenta la patética soledad, en el sentido propio y figurado, que viven los marinos constitucionalistas. Aislado del estado de derecho, el cabo no puede apelar a la legalidad que defiende. No tiene otro recurso que transmitir la orden a su superior directo, el teniente Badilla, conocido por sus posiciones golpistas.

“ ¿ Por qué te mandan transbordado? ”, pregunta el teniente. “No tengo idea”, responde el cabo. –   “¿ Y a la Academia de Guerra? Debe ser porque están cayendo los marinos detenidos, los subersivos”, comenta, y añade:-“A lo mejor vai a cumplir funciones de seguridad”.

Lagos viste su uniforme de salida (será el único detenido uniformado) y va a la Academia de Guerra. Allí se le presenta una segunda oportunidad de escaparse. Está de guardia un sargento amigo, que parece ignorar el verdadero significado de la “comisión de servicios”, y le dice: “Vai a tener que esperarte; sabís que más, si querís dejai el equipo aquí y te presentai mañana”. Temeroso de caer en una trampa y ante la angustiosa duda de saltar a lo desconocido, el cabo prefiere esperar. Llega el teniente Pedro Benavides, lee el mensaje y le dice: “Vos estai detenido huevón”. De inmediato llama a la guardia, que lo inmoviliza contra la pared. Benavides lo revisa personalmente y lo encierra en un dormitorio ( [ E. ] Lagos, 2001 ) que, por mera coincidencia, es el de Luis Aguirre, marino dimisionario, en servicio en el cuatel Silva Palma, y secretamente miembro del MIR. Cuando Luis Aguirre se presenta a hacer su guardia nocturna, encuentra su dormitorio custodiado por infantes de marina. Le permiten ingresar a retirar sus pertenencias para llevarlas al nuevo dormitorio común del personal, acompañado siempre por un infante. Así puede ver a Pedro Lagos con huellas de maltrato. Éste le sonríe, pero no pueden hablar. Màs tarde Aguirre verá al sargento Cárdenas ( [E.], Aguirre,2000; 2005).

Extrañamente (o no tanto ), antes del arresto de Pedro lagos, un grupo de marinos del buque va a informar a su mujer, Ibis Caballero, de la detención inminente. Poco después, le comunican a ésta que su marido ha sido trasladado en un Jeep al cuartel Silva Palma.. Ninguno de estos informantes  solidarios fue descubierto ( [E.],  Lagos, 2001 ).

*Extracto del Libro, Los que dijeron “ NO “, Editorial LOM, del Historiador Jorge Magasich Tomo II,119 – 126

Las detenciones en las Naves de la Escuadra

La detención de los marinos de la escuadra y el inicio de la tortura en Chile*

La Academia de Guerra naval es (era) un edificio antiguo de cuatro pisos erguido en la cima del cerro Artillería, en Valparaíso, pintado entonces de color verde óxido. Un poco más abajo se encuebntra la prisión de la Armada, llamada “Guarnición IM de Orden y Seguridad”, conocida como cuartel Silva Palma. Ambos edificios, que comunican directamente, serán lugar de historias trágicas.

En el puerto, a principios de agosto, se encuentran los buques de guerra japoneses, los mas modernos de la escuadra nipona según El Mercurio de Valparaíso, 7-8-73, al mando del vicealmirante Jikio Ishino. La presencia de esta flotilla es parte de la política del gobierno de diversificar las relaciones militares. Cerca de los buques nipones está el destructor Blanco y el crucero Latorre, amarrados juntos en el molo de abrigo.

*Extracto del Libro, Los que dijeron “ NO “, Editorial LOM, del Historiador Jorge Magasich Tomo II,119

 

La prisión de la Armada, cuartel “Silva Palma” en Valparaíso.

La respuesta anticipada del grupo de la escuadra

Las similitudes históricas entre los planes de ocupación de las flotas a lo largo del siglo XX, y del plan – o los esbozos del plan – de los marinos chilenos de 1973, son sorprendentes. Éste se asemeja al de los marinos rusos de 1905 (recordemos que el plan no se ejecutó porque la tripulación del acorazado Potemkin se adelantó) así como al de los marinos brasileños en 1910 y al de sus antecesores chilenos de 1931.

A principios de agosto de 1973 están anclados en Valparaíso el crucero Latorre, con problemas en sus máquinas ([E] Salazar, 2003), los destructores Blanco, Cochrane y Orella, y los dos submarinos. El Blanco y el Latorre están atracados juntos ” ([E] Blaset, 2003). Los cruceros  O’higgins y Prat se encuentran en los diques en Talcahuano, aunque éste último está siendo reparado aceleradamente y estará en Valparaíso para el golpe.

   A diferencia de los grupos antigolpistas de las escuelas, los marinos de la escuadra – o al menos sus dirigentes – piensan que la mejor forma de detener el golpe es a través de una toma preventiva de los buques, horas antes del golpe, es decir, de una respuesta anticipada. Pero esta posición no es unánime.

El plan (o los esbozos de plan) de ocupación de la flota

   El plan consiste en actuar de noche, cuando suele haber pocos oficiales a bordo, mientras los marinos comprometidos permanecerían en los buques. En Valparaíso y en Talcahuano, los grupos de marinos desarmarían a los oficiales, los detendrían en sus camarotes y los pondrían bajo custodia. Una vez controladas las naves, las pondrían de inmediato en Movimiento. Para no perder tiempo arriando anclas, se cortarían las cadenas y saldrían del puerto rápidamente, explica el sargento Cárdenas ” ([E] Cárdenas, 2002). Una vez en el mar   – continúa – emitirían una proclama indicando que defienden al gobierno legítimo y que están evitando una matanza:

   “lo que habíamos planificado era comunicar que nosotros – en el caso que hubiésemos triunfado – , habíamos tomado el poder naval para defender el gobierno establecido y evitar con ello una matanza de lo cuadros políticos de los partidos de izquierda, que estaba planificada” ([E] Cárdenas, 2002).

    El cabo Pedro Blaset corrobora este proyecto. Anunciarían – recuerda – que habían abortado el golpe de Estado, junto con los partidos políticos, y que están bajo las órdenes del Presidente.

   “nos manifestamos en favor del gobierno del presidente Allende y no participamos del golpe de Estado y que nos ponemos a las órdenes del generalísimo de las fuerzas armadas que es el Presidente Allende” ([E] Blaset, 2003).

Los marinos – continúa – Blaset pedirían al gobierno que detenga y excluya de la Marina a “todos los oficiales que estaban conspirando”. Y añade que “una vez que zarpáramos y tuviéramaos las condiciones claras de dominio y de echar abajo este golpe, obviamente que los golpistas iban a ser enjuiciados” por los tribunales. ([E] Blaset, 2003).

    El cabo Lagos confirma, añadiendo que se proponen “tomar detenidos a los oficiales y llevarlos a sus camarotes o al casino de oficiales y encerrarlos”.

   Para teodosio Cifuentes, el plan consiste en dar apoyo a civiles que resistirán al golpe; “tomándonos la escuadra, dándole un apoyo al gobierno de Allende”. Para eso el personal asumiría el rol de la oficialidad, a través de “una operacióbn militar en que los jefes serían tomados prisioneros” ([E] Cifuentes, 2000).                                                                                                                                    Jaime Salazar precisa que no llegan a tener un plan claro, acabado, pero que hay un cierto acuerdo general:

   “Nosotros éramos un grupo que estábamos apoyando el gobierno de Allende, estábamos con la Constitucíon, queríamos parar el golpe, queríamos hacer una acción para impedir el golpe de Estado. Entonces la acción nuestra era coordinarnos de tal forma de capturar a los oficiales antes que se produjera el golpe”.

 El debate entre reaccionar en el momento del golpe o reaccionar anticipadamente lo conocerá más tarde, como muchos de sus colegas. Salazar, igual que casi todos los marinos organizados en el Blanco, es partidario de adelantarse al golpe: “ Dar el golpe antes de que ellos  lo dieran y detener a los oficiales y entregárselos al gobierno” ([E] Salazar, 2003)

   Disponemos de dos descripciones que proporcionan un buen resumen del plan: La primera de David Valderrama:

   “Una era prevenir el gobierno, la gente de gobierno, del punto en que estaban las fuerzas armadas, programando el golpe de Estado y segundo anticiparse al golpe de Estado, neutralizando la escuadra, por lo menos en Valparaíso. Neutralizarlas significaba tomarse los buques y sacarlos fuera del puerto”.                                                                                                                                            

– ¿Y qué hacían con los oficiales?                                                                                               

 “ ¿ Los oficiales ? muy simple. Nosotros teníamos todo programado en el sentido que nosotros sabíamos cuándo la escuadra salía a navegar. Para eso esta gente había cargado los buques con municiones y con víveres. La escuadra normalmente no tenía que salir en esa época, para la época que nosotros pensábamos que iba a pasar el golpe de Estado. Y el día antes – para nosotros la escuadra salía el día miércoles y el día martes nosotros teníamos que tomarnos la escuadra – la mayoría de los oficiales estaba en tierra y la mayoría del personal también estaba en tierra. Eso era en teoría. Entonces la órden nuestra era quedarse al interior, no salir francos, para aprovechar la noche anterior de tomarse los buques. Si había que neutralizar los oficiales, sería el oficial de guardia y unos tres, cuatro oficiales más que quedaban en el buque, todo el resto estaba franco, ésa era la manera que nosotros habíamos programado. Y nos tomaron el día lunes. Si no nos hubieran tomado el día lunes el día martes nosotros nos hubiéramos tamado los buques” ([E] Valderrama, 2002)

  Y la otra descripción viene de Rodolfo Claros, entonces marinero en el Latorre y militante del MIR, detalla la preparación de la toma:

 “ Primero que nada vimos la gente que estaba disponible para participar en una toma de los buques. En concreto una toma de buques. Vimos las especialidades de cada una de la gente, después de tener las especialidades de la gente, si éramos capaces de sacar los buques de los puertos, sacarlos frente a Valparaíso, tratar de conjugar los puestos de guardia o la guardia que era mayoritaria con participación de gente que estaba en el grupo que se reunía con Cárdenas y la gente que en ese momento no estaba de guardia que permanecía a bordo, para conjugar el hecho que estuviera toda la gente en los buques. Se distribuyeron la tareas: compañeros que iban a estar en el puente de mando, que iban a estar en la sala de máquinas, que iban a estar en el armamento. Se hizo esta organización, con nombres, con todo, bien organizado, y se decidió que se iba a tomar los buques dos días antes” ([E] Claros, 1986).

 En toda acción de este tipo, la cuestión decisiva es el apoyo de las tripulaciones. Los marinos saben que la mayoría de los indecisos no es golpista. Cuentan con la tradición de disciplina y jerarquía, que hará que las tripulaciones se sometan a quien ejerza el mando ([E] García, 2002). Una vez que el mando de un buque está establecido, explica Lagos, lo ejerza “un cabo, un teniente, un sargento, un comandante […] le hubieran obedecido igual y de eso yo estoy seguro ([E] Lagos, 2001).

 Sin embargo, no todos adhieren al proyecto de toma preventiva de la flota. Los marinos organizados en el Latorre – recuerda Blaset – se tomarían los buques en caso de un intento de golpe de los oficiales: “Simplemente detenerlos, porque teníamos gente en todos los departamentos en los cuales íbamos a poder contar inclusive con armas que estaban a bordo de los buques ([E] Blaset, 2003). Y precisa: “Nuestra actitud iba a ser fundamentalmente, yo diría, reactiva, es decir, íbamos a reaccionar frente a la acción del golpe de Estado”, aunque había colegas partidarios de anticiparse. En realidad, concluye Blaset, “nunca llegamos a definir así concretamente cuál iba a ser el plan.” ([E] Blaset, 2003)

 Por su parte Víctor López, reticente a la acción anticipada, piensa que “no había ningún plan”. El objetivo del movimiento es informar de la conspiración a la autoridad máxima del Estado, ya que no pueden hacerlo por conductos regulares. Se proponen neutralizar a la oficialidad inhabitándola, es decir arrestándola para quitarle el mando e impedirle así perpetrar el golpe. Entonces, en una declaración pública – continúa López – se diría que la flota está a la disposición del generalísimo de las fuerzas armadas: el Presidente de la República. Al menos en su grupo, no existen intenciones de matar a los oficiales, porque, aunque el movimiento triunfe, luego viene la nomalización “y ahí te van a pasar la cuenta por todo lo que hiciste”. La única intención del grupo es detener el golpe e impedir la utización de los buques contra la población. Piensan – erróneamente – que el golpe se limitará a la Marina, sin imaginar que sería urdido por militares de todas las fuerzas armadas. ([E] López, 2003)

La preparación de la toma en algunos buques

Los últimos día de julio, la organización de la ocupación del destructor Blanco  está bastante avanzada. Pocos días antes de la detención, se reúnen Roldán y Velásquez, en casa del primero, para poner por escrito los preparativos de toma. El cabo Roldán, redacta un Zafarrancho repetido y condición uno, (condición uno es la guerra), es decir un plan de ocupación del destructor. El Zafarrancho asigna a 56 marinos antigolpistas las acciones necesarias para hacer navegar el buque. Se mencionan actividades como timonel, señalero, vigías,telemetrista, radiooperaciones, radar, torres, etc (Causa 3926, fojas 10-12). Velásquez va tomando nota ([E] Velásquez, 2003).

 En el crucero Latorre, los marinos antigolpistas de la división de electricidad, en la que está Blaset, buscan vincularse con los de las divisiones de artillería, máquinas, telecomunicaciones, e intentan establecer una organización fuerte que pueda detener el golpe ([E] Blaset, 2003). En cubierta, Luis Ayala piensa que están en condiciones de mover el buque, ya que, disponen del “equipo mínimo de gente que podía tomar el control de la unidad”. Él es parte del departamento de artillería y encargado de la mantención del “armamento menor” (las armas personales), por lo cual tiene las llaves del depósito de armas ([E] Ayala, 2000). Sebastián Ibarra sabe simplemente que hay que tomar los buques y hacerlos navegar. Retrospectivamente Ibarra piensa que pudieron hacerlo, ya que disponían del apoyo confirmado de 40% de la tripulación ([E] Ibarra, 2003)

 En la ùltima y decisiva semana de Julio, el grupo del Latorre se reúne prácticamente todos los días. A las dos primeras asistirá el cabo electricista JC, personaje controvertido, como veremos; muchos marinos sospechan que los delató.

 La primera reunión se efectúa la tarde del martes 31 de julio en el casino de Estibadores, calle Blanco, hacia las 19 horas. Asisten Luis Ayala, Rodolfo Claros, Juan Dotte, Sebastián Ibarra, Jaime Salazar, David Valderrama y JC (quien no figura en el proceso), más Alberto Ortega del destructor Blanco.  Posiblemente visten el uniforme de salida. Se trata de reuniones informales y amistosas, sin tabla ni presidente. Hablan de la llegada inminente de los navíos norteamericanos que participarán en la operación Unitas, lo que parece confirmar la inminencia del golpe, Los marinos intercambian informaciones prácticas necesarias para actuar: ¿Quién tiene la llaves de la santabárbara y de la sala de armas? ¿Qué oficiales están de guardia los días siguientes? ([E] Ibarra, 2003).

 La segunda reunión, el miércoles 1 de agosto, también en la tarde, se hace en el café “Nador” . Participan más o menos los mismos, más el cabo Pedro Blaset, líder de los marinos del departamento de máquinas del Latorre. J. Salazar informa que el golpe se dará el 8 de agosto y “hace mención que había una reunión importante en Santiago, una reunión con los políticos”. No se sabe quién va ni con qué dirigentes se reunirá. En esa reunión alguien habla de bombardeos ( algún exaltado que no conocí, afirma Ibarra), pero casi todos se oponen ([E] Ibarra, 2003; Causa 3926, fojas 18-19; 220). En todo caso JC ahí presente, se entera de los proyectos de reuniones con los dirigentes políticos.

  Para la tercera reunión, el jueves 2 de agosto, se juntan en el círculo de ex alumnos de la Escuela de Grumetes, en el Parque Italia. Participan los mismos marinos, salvo JC quien cuando van llegando los abandona diciéndoles: “Ya cabros, yo los dejo aquí no más; Uds. no me conocen”. No hay novedades importantes. ([E] Ibarra, 2003; Causa 3926, fojas 32;45; 48; 220).

 Sebastián nunca supo – igual que muchos marinos organizados – si el plan consistía en anticiparse al golpe o responder cuando se produjera. Personalmente, está más bien por responder, aunque hay marinos como Ernesto Zúñiga, que están claramente por tomar la iniciativa. En algún momento se habla de un aporte externo de armas, pero esto no tenía mucho sentido, ya que “teníamos nosotros las armas a la mano y en permanencia” ([E] Ibarra, 2003).

 En esos días Blaset se encuentra con Guillermo Vergara, su ex colega en la Escuela de Electricidad, quien está vinculado al MIR. Conversa con él y éste le cuenta que está en contacto con grupos de izquierda en la marina. Le explica además los rudimentos de la organización compartimentada, lo que para Blaset resulta evidente, y le propone una reunión. Es la reunión que se efectuará en Viña el domingo 5, con la desgracia de que esta reunión es detectada ([E] Blaset, 2003).

 En el crucero Prat – en reparaciones en Talcahuano – la causa 3926 registra 9 marinos organizados. Bernardo Carvajal, Guillermo Castillo, Patricio Cordero, Carlos García, Víctor López, José Maldonado, Rodríguez, Antonio Ruiz y Nelson Vargas.. Figura una reunión a mediados de Julio, en un restaurante de Concepción, a la cual llegan el sargento Cárdenas, un marinero de la Papudo, Patricio Cordero del Prat y los militantes civiles Lucho y Cheto. Hablan de evitar el golpe tomándose la escuadra el día que se produzca, o el día anterior. (Causa 3926, foja 77 y siguiente). Más adelante el proceso indica que habrían mencionado una futura reunión de “alto nivel”. (Causa 3926, foja 114).

 En el crucero también habría existido un plan que detallaba las misiones de los marinos organizados en caso de toma del buque, que resulta inaplicable mientra permanezca en el dique. Según García, basta un centenar de marinos, ya que la dotación de 860 hombres está dividida en guardias que manejan el crucero sucesivamente: “Tiene que haber un grupo de maquinistas, un grupo en la sala de navegación, un grupo en los radares, un grupo en la radio; un equipo”. Sin embargo, en el Prat, los marinos miembros del movimiento no son informados que se habían progreamado reuniones con Altamirano y Enríquez, lo que no significa que las desaprueben. Se enterarán de ellas más tarde, por la prensa. Piensan que buena parte de los marinos seguirá a quien ejrza el mando. García insiste que el plan consiste en oponerse al golpe cuando se produzca, no en anticiparse:

 “La idea central es rechazar el golpe en el momento que se produce, no antes, no hacer nada antes. Yo me acuerdo bastante bien que debíamos tener muy claro eso, de que nosotros somos un grupo que defiende al régimen constitucional, defiende la Constitución y en caso de subversión, en caso de rompimiento del régimen constitucional por parte de los mandos de las fuerzas armadas, nosotros en ese momento raccionamos en contra”. ([E] García, 2002)….

¿Y si los oficiales resisten? ¿Y si ataca la aviación como en 1931?

Es evidente que la toma preventiva de la escuadra puede suscitar resistencias de los oficiales y reacciones militares, tales como bombardeos terrestres o aéreos.  A la pregunta ¿Y si los oficiales resisten? Luis Ayala responde:

“Ah, ¿si resistían? El problema era saber quién resistía más. Ése era uno de los grandes problemas. Nosotros decíamos, hay que neutralizarlos, para eso hay que pillarlos durmiendo”.

  -¿Iban a hacerlo desarmados?               

“No. Nosotros teníamos acceso a la sala de armas e íbamos a ir también armados. Pero si los pillas durmiendo no es necesario usar las armas. Nuestra arma secreta era la sorpresa”.               ([E] Ayala, 2000).

   En caso de ataque terrestre o aéreo, los marinos responderían. Según Claros, habín contemplado la eventualidad de un ataque aéreo. Primero buscarían una mediación del Gobierno para evitar un enfrentamiento, pero en caso de ser atacados replicarían con la artillería antiaérea: “Se contaba con todo, con la capacidad técnica, con el material”            ([E] Claros, 1986).

Pedro Lagos asegura que, “en el caso que nosotros recibiéramos un ataque aéreo, iba a ser repelido. Iba a ser repelido con todos los medios que cuenta la escuadra para evitar desgastes”. ([E] Lagos, 2001)…

Se organizan los contactos con los partidos

   Cuando se aproxima la hora de hacer algo, los marinos  se dan cuenta de que el alcance de la acción los supera. Es cierto que podrían abortar el golpe en la marina tomando los buques, pero ¿y después? Necesitaban formar parte de un movimiento “global”, apoyado por los partidos de izquierda y por el gobierno. La memoria social de los marinos recuerda la derrota de la sublevación de la escuadra en 1931 a causa de su aislamiento social. “Nosotros, en las reuniones nuestras, estábamos conscientes que la sublevación y la toma de los buques aislada del contexto nacional, no servía de nada” – recuerda Claros – y los marinos no pretenden decidir solos acerca de la acción. La desición de la acción y del momento le corresponde a los partidos: “Nuestra actividad era en respaldo, simplemente que siguiera como presidente Salvador Allende. Ése era el objetivo”.

Les resulta esencial entonces comunicar la información al Presidente: “Primero que nada hacérselo saber al Presidente de la República, antes que se llegara a realizar el hecho”. Los marinos reuqieren el apoyo de los partidos y también de la central sindical. “Nosotros contamos con el apoyo”, recuerda Claros y alguien (no recuerda quién) informa que la CUT los apoyaría.                  En el fondo, los marinos piden un llamado a la movilización social en apoyo a la toma de la flota, junto con algunas demandas de orden práctico: “Nosotros necesitábamos después abastecer los buques, si nosotros lográbamos salir, tener posibilidades de petróleo, alimentación, todas esas cuestiones. ([E] Claros, 1986).

   Los marinos, casi naturalmente, deciden reunirse con los dirigentes de los partidos con dos objetivos: denunciar lo que saben de la conspiración en marcha, pidiendo que informen al Presidente, y pedir apoyo para la toma preventiva de la flota, pues, a sus ojos, ésta es la única manera de detener el golpe que se dará el 8 de agosto.                                                                                                Para contactar los partidos, el sargento Cárdenas dispone de varias vías. Tiene contactos con el MIR. Además puede contactar al PC a través de su mujer Regina, militante comunista, al MAPU a través del marino del Prat José Maldonado, hermano del mapucista Hugo; y al PS a través del MIR. Así va a organizar las reuniones.

   Como veremos, las respuestas serán más bien negativas. Con los comunistas los contactos fracasan. Los otros jefes de partidos se comprometen a informar al Presidente, pero Garretón rechaza el plan, Altamirano se pronuncia por una acción en respuesta al golpe (no anticipada) sin comprometerse a nada, y Enríquez apoya los preparativos de toma, pero se opone a una acción aislada de los marinos.

Fuente: Extracto del Libro, Los que dijeron “ NO “, Editorial LOM, del Historiador Jorge Magasich Tomo II, 57 – 65

El Almirante Montero, último obstáculo al golpe

Reseña histórica

(Extraída del Libro “Los Que dijeron No”

Autor: Jorge Magasich. A, Volumen II, 241-257)

Con la renuncia del General Carlos Prats a la Comandancia en Jefe del Ejército, el 23 de Agosto 1973, precedida por  la de los generales legalistas Guillermo Pickering  y Mario Sepúlveda, los golpistas han conseguido copar el mando del Ejército. Ya controlan también los puestos esenciales en la Aviación. El último obstáculo para que el golpe sea dado por los jefes legítimos del Ejército, Marina y Aviación lo representa el Almirante Raúl Montero. Aunque el jefe de la Marina dista de compartir las ideas de Allende, mantiene una buena relación con él y exige la estricta sumisión de sus subordinados a las autoridades de la República, oponiéndose rotundamente al golpe de estado. Las tres últimas semanas, el almirante legalista se convierte en el objetivo prioritario de los almirantes golpistas, mayoritarios. Estos intentarán por todos los medios, obtener su reemplazo por Merino, el lider golpista.

Los intentos de excluir al Almirante Montero

El 9 de agosto -recordemos- los cuatro jefes de las instituciones armadas asumen responsabilidades ministeriales: Prats ( Ejército ), Defensa; César Ruiz Danyau (Aviación), Obras Públicas; José María Sepúlveda (Carabineros), Tierras y Colonización y el Almirante Montero ocupa la cartera de Hacienda. Merino es designado Comandante en Jefe subrogante de la Armada. Cuando el 20 de agosto el general aéreo César Ruiz “golpista” renuncia como ministro, el Gobierno le pide que deje también su cargo de jefe de la FACH. Al cabo de un amenazante acuartelamiento, Ruiz termina por traspasar el mando de la Aviación al General Gustavo Leigh, ganado al golpe. Los otros ministros militares ponen sus cargos a disposición del Presidente, pero éste rechaza sus denuncias. A partir del día siguiente, Prats y Montero serán ferozmente atacados.

Primer intento: el Consejo Naval del 21 de agosto

Mientras en Santiago un grupo de mujeres de oficiales golpistas se manifiestan frente a la casa del general Prats para forzar su dimisión, en Valparaíso los almirantes habrían acordado pedir a Montero que renuncie al ministerio y a la comandancia. Los únicos ecos de aquel Consejo Naval son las memorias de los almirantes golpistas Huidobro y Huerta. Este último, que preside, dice que pide opiniones sobre la presencia de Montero en el ministerio y que la mayoría de los almirantes se pronuncia por su renuncia al gabinete y a la Armada. Argumentan que, al aceptar el almirante el Ministerio de Hacienda junto con otros ministros marxistas, ha perdido la confianza de la oficialidad, y los mandos medios podrían sublevarse. Merino habría llamado desde Santiago para informar a Huerta que Montero ha renunciado a los dos cargos. Sin embargo, Allende no acepta la renuncia, explicando al almirante que lo requiere aún durante 20 a 30 días. Porfiados, los almirantes Huerta, Huidobro, León Walbaum y Word, habrían partido a Santiago a exigir la renuncia de Montero. En el séptimo piso del Ministerio de Defensa –pretende Huerta- se reúnen con los almirantes Cabezas, Carvajal y Merino, sin Montero. Merino, prudente, los retiene: defiende la presencia de Montero en el Ministerio, pero advierte que, vencido el plazo, él “ haría valer sus condiciones para asumir”. Si este relato es efectivo, es notorio como Merino evita enfrentar al comandante en jefe.  Sabe que el gobierno puede llamarlo a retiro. Además prefiere sin duda que el almirante legalista permanezca en el ministerio, puesb así él sigue a cargo de la Armada, y puede conspirar con más facilidad. Esos días Montero padece de una úlcera, que consigue dominarla pese a las tensiones crecientes. Los oficiales golpistas la utilizan inquietándose vivamente de su “precario estado de salud”, de su cansancio por el excesivo trabajo y concuerdan de que es necesario “dar al almirante Montero la tranquilidad de un descanso que su salud exigía”. No obstante las presiones, Montero sigue siendo Comandante en Jefe de la Armada.

Segundo intento: Huerta le pide la renuncia a Montero el 24 de agosto

Tras la renuncia del general Prats el 23 de agosto, Montero vuelve a poner su cargo a disposición del Presidente, pero al día siguiente Allende rechaza su renuncia. Huerta y Huidobro afirman que los almirantes conjurados se reúnen en Valparaíso (sin Merino), antes de partir a Santiago a una reunión del mando convocada por Montero, y deciden que Huerta le pida la renuncia en nombre de la mayoría.

El 24, en Santiago, Montero abre la reunión informando sobre el presupuesto del próximo año. Presintiendo lo que viene, les recuerda -dice Huerta- que “ un comandante no debe sentirse jamás apremiado por sus oficiales”. Huerta afirma que él toma la palabra para señalar que algunos jefes y oficiales superiores se están reuniendo sin informar al mando (o sea conspirando), y resulta cada día más difícil dominar la situasión; la imágen de Montero se ha deteriorado y ha llegado el momento de que deje el mando. Raúl Montero se levanta indignado y da por terminada la reunión.

Los intentos paralelos de obtener la renuncia de los comandantes del Ejército y la Marina tendrán respuestas diferentes: el general Prats condiciona su cargo al apoyo de la mayoría de los generales y a través del general Pinochet, les pide una declaración en ese sentido, y al no obtenerla opta por renunciar. El almirante Montero, en cambio, no acepta discutir su autoridad con el alto mando de la Armada. Por esos días Montero explica a la prensa que el Consejo Naval es un cuerpo “consultivo” asesor del comandante en Jefe y que es prerrogativa del Jefe de Estado designar a los jefes militares así como pedirles la renuncia. Además Allende había aceptado transferir el mando del Ejército a Pinochet, porque lo considera constitucionalista, pero sabe que poner la Armada bajo el mando de Merino, golpista sin lugar a dudas, es el comienzo de la sublevación.

¿Tercer Intento: Merino y Huidobro presionan a Montero el 29 de agosto?

El lunes 27 Allende modifica el gabinete. Siguiendo una sugerencia de Montero, el almirante Daniel Arellano es designado Ministro de Hacienda, en reemplazo del propio Montero, quien vuelve a asumir el mando efectivo de la Armada. En consecuencia la influencia de Merino disminuye: éste debe dejar el cargo de comandante en jefe subrogante para retornar a la jefatura de la Primera Zona Naval.

A partir de entonces, los conspiradores civiles y militares organizan embestidas incesantes para apartar a Montero. “Renunció Montero”, titula El Mercurio, pero se refiere a la renuncia a la función de Ministro, para añadir: “se rumoreó que se ofrecería la comandancia a Merino”. ( El Mercurio de Valparaíso, 28-8-73)

En este contexto, Huidobro y Merino afirman a posteriori haber discutido con el Presidente sobre la renuncia de Montero, pero es poco probable que tales alegaciones correspondan a la realidad. Merino dice que el miércoles 29 de agosto va a Santiago, acompañado por Huidobro, a conversar con Montero antes del próximo Consejo Naval convocado para el viernes 31. Y se jacta de haber dicho al jefe de la Armada que esta tiene la obligación de “ defender a la Patria contra cualquier enemigo interno o externo y éste (el gobierno) era un enemigo interno – todos los poderes del Estado lo habían declarado así -. Luego, había la obligación profesional y juramentada de destituirlo”.

Tal diálogo es imposible, pues si el comandante en jefe legalista hubiese escuchado ese llamado al golpe habría tomado medidas inmediatas contra Merino. Las memorias de Huidobro sólo dicen que Merino explica a Montero “la conveniencia de que su retiro se efectuara a la brevedad”. Lo que también es muy dudoso, pues Merino nunca osó enfrentar personalmente a su superior. Ambos almirantes golpistas pretenden que la reacción de Montero es decolgar el teléfono, llamar a Allende y decirle: “Presidente, aquí tengo al frente dos almirantes que me piden la renuncia en nombre del Consejo Naval”. Allende habría dispuesto que vengan todos a la residencia presidencial de Tomás Moro. Según Huidobro, va él,  Merino y Montero; la versión de Merino añade al almirante Cabezas. (Huidobro, 1989,209; Merino,1998,216-217.)

Tal llamada de Montero al Presidente es improbable y más aún la respuesta. La doctrina de Montero es que su mando no puede ser discutido por sus subordinados. ¿Por qué habría que aceptar una discusión con Merino y Huidobro sobre el mando del comandante en jefe? Enseguida Huidobro y Merino hacen una descripción tan espeluznante de Tomás Moro, que la residencia presidencial evoca más el castillo de la bruja mala del oeste de Oz, que una villa del este de Santiago: “ciudadela artillada”, “una fortaleza”, con núcleos defensivos y parapetos”, defendida por “legionarios extranjeros”, “vestidos de trajes oscuros” (Huidobro,1989, 209; Merino, 1998, 219) Y finalmente Merino atribuye a Allende una imposible declaración de guerra a la Marina:

“el señor Allende me dijo: ‘Entonces quiere decir que estoy en guerra contra la Marina’. ‘Sí, señor, le contesté, estamos en guerra contra usted. La Marina está en guerra porque no es comunista y no será nunca comunista, ni los almirantes, ni el Consejo Naval, ni ningún marinero, pues estamos formados en otra escuela(Merino, 1998, 216-218)

Esto no puede ser cierto. No solo porque Huidobro no lo menciona en su relato ni porque Allende nunca usa ese tono y su política consiste en evitar enfrentamientos. El contrasentido mayor de esta pretendida “declaración de guerra” reside en que Allende jamás habría pasado por sobre el mando del comandante en jefe de la Armada, ahí presente según estos relatos, para tratar los destinos de la marina con el segundo. Buena parte de este episodio es sin duda un invento, quizá todo. Toribio Merino busca pasar a la historia como el jefe virtual de la Armada y de paso denigrar a Allende. Sin embargo, todas las intervenciones que tendrá los días siguientes, registradas por el almirante Montero y el ministro Letelier, indican que Merino evita toda crítica a su superior, y nunca propuso abiertamente su candidatura a la comandancia, ni al presidente ni al ministro de Defensa. Y, sea como fuera, Montero sigue al mando de la Marina.

Cuarto Intento: la insólita asamblea de oficiales del 31 de agosto y los consejos navales de los días 1 y 3 de Septiembre

El Consejo Naval del viernes 31 es transformado por los almirantes conjurados en una inusitada asamblea de oficiales en la Escuela Naval para deliberar sobre la situación del país, “de capitán de corbeta a vicealmirante”, explica El Mercurio 1-9-73. Se trata de una verdadera fronda contra el almirante Montero a la que se han sumado los oficiales subalternos (tenientes) que llegan sin invitación (Huidobro,1989,213).  Raúl Montero parte al puerto a encararlos personalmente.

La fracción golpista tiene entonces dos objetivos: la renuncia de los ministros militares que contituyen un obstáculo al golpe y el reemplazo de Montero por Merino, pues es delicado dar el golpe contra el comandante en jefe legítimo.

La tarde del 31 cuando Montero llega a Valparaíso, durante el almuerzo-informará horas más tarde a Allende-, los almirantes intentan disuadirlo de que hable a los oficiales concentrados en una sala vecina “porque los ánimos están muy caldeados en su contra”. Y bajo la presión de la asamblea agresiva le piden la renuncia. Raúl Montero  se controla y responde con fuerza que ha sido designado comandante en Jefe por el Presidente, en septiembre de 1970, y que sólo ante él puede renunciar. Acto seguido ordena a Merino la disolución inmediata de la asamblea de oficiales. Cuando se cumple la orden, Montero retorna a Santiago y pone su cargo a disposición del Presidente, informándolo que no cuenta con la confianza de su alto mando, Y le sugiere que ceda el paso a Merino pues sólo faltan cuatro meses para su jubilación reglamentaria. Allende responde que necesita unas horas y pide a Orlando Letelier, ministro de Defensa desde hace tres días, que convoque a los almirantes al día siguiente, ante Montero. (Garcés,1975, 238)

Las versiones de Huerta y Huidobro confirman, más o menos, el informe de Montero al Presidente. Los almirantes se reúnen previamente y deciden pedirle la renuncia a Montero “sin demora”, con tres argumentos: los oficiales superiores y sus esposas tienen una actitud levantisca; el Gobierno no ha condenado los intentos de infiltración (la aplicación de la ley de Seguridad del Estado contra los marinos no les parece suficiente); la presencia de las fuerzas armadas en el gabinete es inaceptable. Merino prefiere no decir nada él, y pide que todo esto sea comunicado a Montero por el almirante Horacio Justiniano (Huerta,1998,II,88), sin duda para comprometerlo.

En cuanto Montero llega a Valparaíso – continúan Huerta y Huidobro- se reúnen con los almirantes. Sabe que en las salas vecinas están reunidos casi todos los oficiales y que están contra él. Montero escucha y responde que ha recibido ataques de una bajeza increíble, se ha dicho que es miembro de la Izquierda Cristiana; que ha albergado al secretario del Interior Daniel Vergara (PC) y que piensa iniciar una carrera política. Ha resuelto retirarse –responde- pero lo hará por iniciativa propia, cumpliendo con el Presidente de la República que lo ha honrado confiándole el cargo. No desea actos de despedida, ni oficiales ni personales. La asamblea de oficiales que espera a Montero, se sorprende al ver llegar a Merino, éste les reprocha sus responsabilidades en la infiltración y señala que no les concierne la designación del alto mando; su deber es estar listos para defender la Patria… (Huerta 1988, II, 88; Huidobro, 1989, 212-213)

Según todas las versiones, Merino se mantiene en segundo plano y no es él quien pide la renuncia a Montero.  Al día siguiente, sábado 1 de Septiembre, se reúne el Consejo Naval entre las 10 y las 14:30 horas, en el despacho de Letelier, situado en el cuarto piso del Ministerio. El Mercurio titula nuevamente “ Renunció Almirante Montero” e informa de las dos reuniones de oficiales en la Escuela Naval, deduciendo que su sucesor sería Merino.

Esta vez disponemos de la versión del Ministro de Defensa, Orlando Letelier, quién grabará su relato en 1975, un año antes de su asesinato en Washington. Según Letelier, durante una reunión de 5 horas pide a los almirantes que digan, uno a uno, cuál es su posición sobre el pedido de renuncia a Montero. Y se dirige en primer lugar a Merino: Merino –cuenta Letelier – “tuvo una actitud llena de cobardía” cuando responde:

“ Yo lo único que deseo es que llegue el momento de mi retiro, e irme. Yo no desearía ser comandante en Jefe de la Armada, etcétera”.

Como Merino a quedado en una postura dfícil, el almirante Carvajal intenta reflotarlo, diciendo:

“ Ministro, realmente las cosas tal como Ud. las ha planteado a mi almirante Merino lo obligan a tener que decir que él estaría por renunciar. Pero si a él se le pide que se sacrfique, y que asuma como comandante en Jefe, él tendría una actitud de parte de todos nosotros de gran respaldo”.

Otros almirantes alaban los méritos de Montero, pero dicen, es mal aceptado por la oficialidad jóven. Letelier explica a J. Garcés que “ninguno de ellos atacó de frente a Montero, porque Montero, además, estaba ahí; porque todos son unos grandes cobardes, como tú lo sabes muy bien. Le echaron la culpa a la oficialidad jóven”.

En el curso de la reunión continúa –Letelier- al menos tres almirantes divergen de la mayoría golpista: Daniel Arellano (Ministro de Hacienda) mantiene una actitud de “gran lealtad hacia Montero” y llega a presentar su renuncia ahí, para dejar a Montero en libertad de acción…y probablemente para presionar a los otros a que hagan lo mismo; Hugo Cabezas también defiende a Montero. Y Hugo Poblete, conocido por su constitucionalismo, a quién intentaron no comunicarle la citación a la reunión, es categórico en criticar el pedido de renuncia a Montero como “ un acto de insubordinación inaceptable” y con toda claridad dijo:

“Mire, Ministro, aquí lo que se está planteando es un acto de insubordinación inaceptable. Usted tiene la razón en lo que ha dicho. Yo quiero hablar con usted delante de todos los almirantes, con la más absoluta franqueza. Dentro de la Armada se está alterando la disciplina, hay personas alrededor de esta mesa que están en una actitud conspirativa”.

Igual que el día anterior, Merino no critica personalmente a Montero ni pide su renuncia.

(Garcés, 1995 (a),38-39)

Según las versiones de Huerta y Huidobro, el Ministro les anuncia que aunque la presencia del almirante Montero no les sea grata, ha decidido que el Consejo Naval se reúna en su presencia. Desea conocer la opinión de cada uno, ya que, para el Gobierno es inaceptable que una asamblea de almirantes  pida la renuncia del comandante en Jefe, pues tal actitud rompe la verticalidad del mando. Sería como si una reunión de capitanes pidiera la salida de los almirantes.

Merino toma la palabra. En un tono “seguro, pero no sereno” habría hablado de los intentos de infiltración en la Armada por elementos del PS – sabieno que el ministro es socialista – y habría explicado que la renuncia de Montero permitiría bajar la presión en la Armada, que es una institución antimarxista. El ministro replica que se está prejuzgando – continúa Huerta – la participación socialista, anticipándose a los tribunales, y que la Armada no puede ser antimarxista como tampoco puede ser antibudista. Luego pregunta directamente a Merino si desea ser comandante en Jefe, recordándole que había expresado su deseo de renunciar. Merino responde que ya ha obtenido todas las satisfacciones profesionales, ya que su único anhelo se había cumplido al llegar a comandante de la escuadra; que él no busca ese puesto pero no elude responsabilidades. Montero interviene para pedir que cada almirante diga si confía o no en su comandante en Jefe: Hablan todos diciendo, en resumen, que éste es muy capaz, pero que hoy no es factor de cohesión institucional…

Letelier concluye que es inadmisibleque un Consejo Naval vote sobre la permanencia del comandante en Jefe y levanta la sesión. (Huerta,1998, II, 91-93; Huidobro, 1989, 214-216).

A la salida de la reunión, el almirante Montero declara a la prensa: “El Presidente de la República tiene plenas facultades para decidir sobre la designación de mi reemplazante”. El Mercurio titula al respecto: “Almirante Arellano no habría aceptadojefatura de la Armada” (El Mercurio 2-9-73)

El lunes 3 de septiembre , Allende anuncia que la renuncia del almirante Montero ha sido rechazada. En una carta pública, Allende le dice: “ De manera reiterada , Ud. Me ha planteado su decisión de dejar las filas de la Armada (…) deseo expresarle que he meditado profundamente sobre cada una de las razones en las cuales Ud. fundamenta su renuncia. Todas ellas las considero sólidas y respetables. Por eso, sólo un imperativo de superior jeraquía, el del interés supremo del país, me obliga a rechazársela. También sé que no puedo pedirle que prolongue por tiempo indefinido su permanencia en la Comandancia en Jefe: sin embargo le insisto en que Chile debe contar con su valioso concurso en estas horas” (El Mercurio, 4-9-73).

En vísperas del golpe, Toribio Merino no ha conseguido la jefatura de la Armada. La noche anterior, éste transmite su inquietud a Ismael Huerta: “Pinochet  y Leigh son Comandantes en Jefe; yo seré desleal” (Huerta II, 1988, 100). Efectivamente. Merino no solo se amotina contra el Presidente y la Constitución, sino también contra su superior jerárquico. En sus memorias reconoce el cuartelazo: “Me había nombrado yo mismo comandante en jefe”, ya que Montero no estaba de acuerdo con los actos que estaba desarrollando la institución; “Asumí como Comandante en Jefe, sin avisarle antes que lo había destituído” ( Merino, 1998, 250-251). Es lo que afirma  Salvador Allende en su último discurso en que lo acusa de haberse “autodesignado” comandante de la Armada.

La usurpación del cargo va a prolongarse hasta 1990.

El secuestro del Almirante

El almirante Raúl Montero ha aceptado postergar su renuncia y continuar al frente de la Marina para mantenerla sometida a la ley y a las autoridades legítmas. Según el periodista Ignacio González, el día 11 el almirante Montero decide volver al trabajo, pero el chofer de la Armada no se presenta a buscarlo a la casa del comandante en Jefe, en la calle Sánches Fontecilla. Más tarde Montero sabrá que habían llamado al chofer ordenándole que se dirigiera directamente al Ministerio de Defensa, con el pretexto de que el almirante ya estaba ahí. Montero intenta insistentemente comunicarse con el Ministerio de Defensa a través de las cuatro líneas telefónicas. Insiste hasta que finalmente le responde el almirante Hugo Cabezas, informándole del “pronunciamiento ” y pidiéndole que no salga de su casa.

El almirante hace un último intento de resistir, pues considera que su deber es ir a la Moneda. En oposición al “pedido” de Cabezas, viste su uniforme y, cuando va a salir, comprueba que la casa está rodeada por soldados en tenida de combate. Alarmado se sienta al volante del automóvil de servicio. No funciona. Intenta partir en su auto personal, pero comprueba que las puertas han sido selladas con cadenas y candados. Un helicóptero comienza a sobrevolar su casa en círculos. Está encerrado, prisionero; lo han secuestrado en su domicilio para privarlo de su mando.

La resistencia del comandante en Jefe a las presiones para que abandone su cargo, estigmatiza ante la Historia la deslealtad de los amotinados. Merino no consiguió obtener el puesto ligítimamente.

El día 13 informan a Montero que irán a buscarlo para que haga entrega de la comandancia. Un vehículo de la Armada lo conduce hasta el Ministerio, donde aguarda Merino. En una ceremonia glacial, de diez minutos, Montero habla de los planes que le parece necesario desarrollar, pide un documento que certifica que hizo entrega de los 67.000 dólares de fondos reservados y parte a vivir  años de ostracismo.

Sufrió intentos de persecusión; una de las “confesiones” que los torturadores intentan hacer firmar a Luis Vega durante su detención en la Esmeralda, es que Montero mantenía vinculaciones secretas con el PC ( Vega, 1983, 206).

Casi dos décadas mas tarde, Raúl Montero accede a responder a las preguntas de María Olivia Monckeberg en su casa en Viña  del Mar. Allí está, en un lugar de honor, el crucufijo antiguo que había pertenecido a la madre de Allende y que el presidente le había obsequiado. El almirante explica que había presentado por primera vez su renuncia al cumplirse 40 años de servicio, invocando el artículo que los establecen como tope máximo de la carrera de oficial naval, pero Allende había respondido con otro que faculta al presidente a prolongar hasta 3 años la función de comandante en Jefe. Montero volverá a renunciar cada año, e incluso en agosto de 1973 había presentado 3 veces su renuncia. La última vez Allende le dijo. “ Mire, sé que su salud está quebrantada…” Se mantuvo en su puesto pese a que el Golpe venía; no sabía ni cómo, ni cuándo ni quiénes  lo encabezarían…El almirante explica que quería evitar intervenir en política y evitar que sus oficiales lo hicieran ( Diaro La Época, 8-10-89, citado por González,2000,276).

En 1984, se despide de la periodista Mónica González diciéndole:

“ Yo siempre he asumido mis responsabilidades. Amo la verdad y confío mucho en un juez infalible que es el tiempo. El cual siempre todo clarifica. ¡ Siempre ! Tarde a veces, pero a todos les llega su hora… ¡ Ya verá !  (González, 1990, 216).

Historia

“Informe Especial” que realizó Santiago Pablovic, para TVN, el año 2003, con motivo de los 30 años del golpe de estado.

Este portal tiene por objeto de rescatar la historia de un grupo de marineros que a bordo de diferentes naves de la flota de  la “Escuadra Naval” y diferentes “Reparticiones de Tierra”,  “Escuelas de Especialidades” y personal de los “Astilleros y Maestransas de la Armada”, ASMAR, intentaran frenar el golpe de estado el 11 de Septiembre de 1973, por medio de advertencias al Gobierno de la época dirigido por el Dr. Salvador Allende  Gossens. Este grupo de valientes marineros, fue detenido antes del golpe y sometido a las mas salvajes torturas en recintos de la Armada, dando inicio a la tragedia que se le venía a Chile. Aquí se comenzó con la violación sistemática de los DDHH, con la práctica de la tortura, con la deshumanización, con el secuestro, con la tortura sicológica, con la destrucción de la familia, con el menosprecio y la falta de respeto al semejante, con la arrogancia del poder de las armas, con la muerte, con los procesos irregulares, la cárcel, campos de concentración, desapariciones, ejecuciones, exilio y la diáspora del pueblo chileno.

Del punto de vista jurídico, las  advertencias de la marinería al Gobierno, se enmarcaron dentro de la legalidad ajustandose a  los principios de lealtad que cada militar le debe a la autoridad máxima de las FFAA, en este caso, al Presidente de la República. Por lo tanto, la marinería actuó dentro del ámbito constitucional que regía a la República hasta ese entonces.

Del punto de vista militar, cometieron la falta de no respetar el conducto regular y saltarse el mando ,debido a la pérdida de confianza en él, producto de que éste estaba conspirando para el derrocamiento  del Gbno. elegido democráticamente. Esto llevó a algunos marineros a reunirse con diferentes jefes de partidos políticos para lograr la intervención del Gobierno, para con esto, tratar de abortar el golpe en camino.

Los mandos han cambiado dentro de la Armada, la Institución se ha modernizado, pero aún permanece el Art. 334 y 335 en el Código de Justicia Militar que obliga a un militar obedecer una orden aunque sea equivocada.

Desgraciadamente estos marineros, no fueron escuchados y Chile tuvo que soportar una larga dictadura, con las consecuencias sufridas a lo largo del País y que se proyectan  en el tiempo.

Aún no ha habido un reconocimiento público por alguna autoridad de los gobiernos que han sucedido a la dictadura, tratándose con esto  de arrinconarlos en el olvido. Por esto, es que se inicia aquí, a 45 aňos de esta tragedia; el inicio de “ El Archivo Digital “ sobre los “Marineros Constitucionalistas” para rescatar y mantener viva la memoria sobre este grupo de valientes y dejar así un legado a las actuales y futuras generaciones militares, sobre el espíritu ético y democrático que deba inspirarlas:  “siempre en defensa y en lealtad a la autoridad legítimamente constituida ” y “de no apuntar las armas en contra de su propio pueblo”.

 

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