Reseña histórica
(Extraída del Libro “Los Que dijeron No”
Autor: Jorge Magasich. A, Volumen II, 241-257)
Con la renuncia del General Carlos Prats a la Comandancia en Jefe del Ejército, el 23 de Agosto 1973, precedida por la de los generales legalistas Guillermo Pickering y Mario Sepúlveda, los golpistas han conseguido copar el mando del Ejército. Ya controlan también los puestos esenciales en la Aviación. El último obstáculo para que el golpe sea dado por los jefes legítimos del Ejército, Marina y Aviación lo representa el Almirante Raúl Montero. Aunque el jefe de la Marina dista de compartir las ideas de Allende, mantiene una buena relación con él y exige la estricta sumisión de sus subordinados a las autoridades de la República, oponiéndose rotundamente al golpe de estado. Las tres últimas semanas, el almirante legalista se convierte en el objetivo prioritario de los almirantes golpistas, mayoritarios. Estos intentarán por todos los medios, obtener su reemplazo por Merino, el lider golpista.
Los intentos de excluir al Almirante Montero
El 9 de agosto -recordemos- los cuatro jefes de las instituciones armadas asumen responsabilidades ministeriales: Prats ( Ejército ), Defensa; César Ruiz Danyau (Aviación), Obras Públicas; José María Sepúlveda (Carabineros), Tierras y Colonización y el Almirante Montero ocupa la cartera de Hacienda. Merino es designado Comandante en Jefe subrogante de la Armada. Cuando el 20 de agosto el general aéreo César Ruiz “golpista” renuncia como ministro, el Gobierno le pide que deje también su cargo de jefe de la FACH. Al cabo de un amenazante acuartelamiento, Ruiz termina por traspasar el mando de la Aviación al General Gustavo Leigh, ganado al golpe. Los otros ministros militares ponen sus cargos a disposición del Presidente, pero éste rechaza sus denuncias. A partir del día siguiente, Prats y Montero serán ferozmente atacados.
Primer intento: el Consejo Naval del 21 de agosto
Mientras en Santiago un grupo de mujeres de oficiales golpistas se manifiestan frente a la casa del general Prats para forzar su dimisión, en Valparaíso los almirantes habrían acordado pedir a Montero que renuncie al ministerio y a la comandancia. Los únicos ecos de aquel Consejo Naval son las memorias de los almirantes golpistas Huidobro y Huerta. Este último, que preside, dice que pide opiniones sobre la presencia de Montero en el ministerio y que la mayoría de los almirantes se pronuncia por su renuncia al gabinete y a la Armada. Argumentan que, al aceptar el almirante el Ministerio de Hacienda junto con otros ministros marxistas, ha perdido la confianza de la oficialidad, y los mandos medios podrían sublevarse. Merino habría llamado desde Santiago para informar a Huerta que Montero ha renunciado a los dos cargos. Sin embargo, Allende no acepta la renuncia, explicando al almirante que lo requiere aún durante 20 a 30 días. Porfiados, los almirantes Huerta, Huidobro, León Walbaum y Word, habrían partido a Santiago a exigir la renuncia de Montero. En el séptimo piso del Ministerio de Defensa –pretende Huerta- se reúnen con los almirantes Cabezas, Carvajal y Merino, sin Montero. Merino, prudente, los retiene: defiende la presencia de Montero en el Ministerio, pero advierte que, vencido el plazo, él “ haría valer sus condiciones para asumir”. Si este relato es efectivo, es notorio como Merino evita enfrentar al comandante en jefe. Sabe que el gobierno puede llamarlo a retiro. Además prefiere sin duda que el almirante legalista permanezca en el ministerio, puesb así él sigue a cargo de la Armada, y puede conspirar con más facilidad. Esos días Montero padece de una úlcera, que consigue dominarla pese a las tensiones crecientes. Los oficiales golpistas la utilizan inquietándose vivamente de su “precario estado de salud”, de su cansancio por el excesivo trabajo y concuerdan de que es necesario “dar al almirante Montero la tranquilidad de un descanso que su salud exigía”. No obstante las presiones, Montero sigue siendo Comandante en Jefe de la Armada.
Segundo intento: Huerta le pide la renuncia a Montero el 24 de agosto
Tras la renuncia del general Prats el 23 de agosto, Montero vuelve a poner su cargo a disposición del Presidente, pero al día siguiente Allende rechaza su renuncia. Huerta y Huidobro afirman que los almirantes conjurados se reúnen en Valparaíso (sin Merino), antes de partir a Santiago a una reunión del mando convocada por Montero, y deciden que Huerta le pida la renuncia en nombre de la mayoría.
El 24, en Santiago, Montero abre la reunión informando sobre el presupuesto del próximo año. Presintiendo lo que viene, les recuerda -dice Huerta- que “ un comandante no debe sentirse jamás apremiado por sus oficiales”. Huerta afirma que él toma la palabra para señalar que algunos jefes y oficiales superiores se están reuniendo sin informar al mando (o sea conspirando), y resulta cada día más difícil dominar la situasión; la imágen de Montero se ha deteriorado y ha llegado el momento de que deje el mando. Raúl Montero se levanta indignado y da por terminada la reunión.
Los intentos paralelos de obtener la renuncia de los comandantes del Ejército y la Marina tendrán respuestas diferentes: el general Prats condiciona su cargo al apoyo de la mayoría de los generales y a través del general Pinochet, les pide una declaración en ese sentido, y al no obtenerla opta por renunciar. El almirante Montero, en cambio, no acepta discutir su autoridad con el alto mando de la Armada. Por esos días Montero explica a la prensa que el Consejo Naval es un cuerpo “consultivo” asesor del comandante en Jefe y que es prerrogativa del Jefe de Estado designar a los jefes militares así como pedirles la renuncia. Además Allende había aceptado transferir el mando del Ejército a Pinochet, porque lo considera constitucionalista, pero sabe que poner la Armada bajo el mando de Merino, golpista sin lugar a dudas, es el comienzo de la sublevación.
¿Tercer Intento: Merino y Huidobro presionan a Montero el 29 de agosto?
El lunes 27 Allende modifica el gabinete. Siguiendo una sugerencia de Montero, el almirante Daniel Arellano es designado Ministro de Hacienda, en reemplazo del propio Montero, quien vuelve a asumir el mando efectivo de la Armada. En consecuencia la influencia de Merino disminuye: éste debe dejar el cargo de comandante en jefe subrogante para retornar a la jefatura de la Primera Zona Naval.
A partir de entonces, los conspiradores civiles y militares organizan embestidas incesantes para apartar a Montero. “Renunció Montero”, titula El Mercurio, pero se refiere a la renuncia a la función de Ministro, para añadir: “se rumoreó que se ofrecería la comandancia a Merino”. ( El Mercurio de Valparaíso, 28-8-73)
En este contexto, Huidobro y Merino afirman a posteriori haber discutido con el Presidente sobre la renuncia de Montero, pero es poco probable que tales alegaciones correspondan a la realidad. Merino dice que el miércoles 29 de agosto va a Santiago, acompañado por Huidobro, a conversar con Montero antes del próximo Consejo Naval convocado para el viernes 31. Y se jacta de haber dicho al jefe de la Armada que esta tiene la obligación de “ defender a la Patria contra cualquier enemigo interno o externo y éste (el gobierno) era un enemigo interno – todos los poderes del Estado lo habían declarado así -. Luego, había la obligación profesional y juramentada de destituirlo”.
Tal diálogo es imposible, pues si el comandante en jefe legalista hubiese escuchado ese llamado al golpe habría tomado medidas inmediatas contra Merino. Las memorias de Huidobro sólo dicen que Merino explica a Montero “la conveniencia de que su retiro se efectuara a la brevedad”. Lo que también es muy dudoso, pues Merino nunca osó enfrentar personalmente a su superior. Ambos almirantes golpistas pretenden que la reacción de Montero es decolgar el teléfono, llamar a Allende y decirle: “Presidente, aquí tengo al frente dos almirantes que me piden la renuncia en nombre del Consejo Naval”. Allende habría dispuesto que vengan todos a la residencia presidencial de Tomás Moro. Según Huidobro, va él, Merino y Montero; la versión de Merino añade al almirante Cabezas. (Huidobro, 1989,209; Merino,1998,216-217.)
Tal llamada de Montero al Presidente es improbable y más aún la respuesta. La doctrina de Montero es que su mando no puede ser discutido por sus subordinados. ¿Por qué habría que aceptar una discusión con Merino y Huidobro sobre el mando del comandante en jefe? Enseguida Huidobro y Merino hacen una descripción tan espeluznante de Tomás Moro, que la residencia presidencial evoca más el castillo de la bruja mala del oeste de Oz, que una villa del este de Santiago: “ciudadela artillada”, “una fortaleza”, con núcleos defensivos y parapetos”, defendida por “legionarios extranjeros”, “vestidos de trajes oscuros” (Huidobro,1989, 209; Merino, 1998, 219) Y finalmente Merino atribuye a Allende una imposible declaración de guerra a la Marina:
“el señor Allende me dijo: ‘Entonces quiere decir que estoy en guerra contra la Marina’. ‘Sí, señor, le contesté, estamos en guerra contra usted. La Marina está en guerra porque no es comunista y no será nunca comunista, ni los almirantes, ni el Consejo Naval, ni ningún marinero, pues estamos formados en otra escuela” (Merino, 1998, 216-218)
Esto no puede ser cierto. No solo porque Huidobro no lo menciona en su relato ni porque Allende nunca usa ese tono y su política consiste en evitar enfrentamientos. El contrasentido mayor de esta pretendida “declaración de guerra” reside en que Allende jamás habría pasado por sobre el mando del comandante en jefe de la Armada, ahí presente según estos relatos, para tratar los destinos de la marina con el segundo. Buena parte de este episodio es sin duda un invento, quizá todo. Toribio Merino busca pasar a la historia como el jefe virtual de la Armada y de paso denigrar a Allende. Sin embargo, todas las intervenciones que tendrá los días siguientes, registradas por el almirante Montero y el ministro Letelier, indican que Merino evita toda crítica a su superior, y nunca propuso abiertamente su candidatura a la comandancia, ni al presidente ni al ministro de Defensa. Y, sea como fuera, Montero sigue al mando de la Marina.
Cuarto Intento: la insólita asamblea de oficiales del 31 de agosto y los consejos navales de los días 1 y 3 de Septiembre
El Consejo Naval del viernes 31 es transformado por los almirantes conjurados en una inusitada asamblea de oficiales en la Escuela Naval para deliberar sobre la situación del país, “de capitán de corbeta a vicealmirante”, explica El Mercurio 1-9-73. Se trata de una verdadera fronda contra el almirante Montero a la que se han sumado los oficiales subalternos (tenientes) que llegan sin invitación (Huidobro,1989,213). Raúl Montero parte al puerto a encararlos personalmente.
La fracción golpista tiene entonces dos objetivos: la renuncia de los ministros militares que contituyen un obstáculo al golpe y el reemplazo de Montero por Merino, pues es delicado dar el golpe contra el comandante en jefe legítimo.
La tarde del 31 cuando Montero llega a Valparaíso, durante el almuerzo-informará horas más tarde a Allende-, los almirantes intentan disuadirlo de que hable a los oficiales concentrados en una sala vecina “porque los ánimos están muy caldeados en su contra”. Y bajo la presión de la asamblea agresiva le piden la renuncia. Raúl Montero se controla y responde con fuerza que ha sido designado comandante en Jefe por el Presidente, en septiembre de 1970, y que sólo ante él puede renunciar. Acto seguido ordena a Merino la disolución inmediata de la asamblea de oficiales. Cuando se cumple la orden, Montero retorna a Santiago y pone su cargo a disposición del Presidente, informándolo que no cuenta con la confianza de su alto mando, Y le sugiere que ceda el paso a Merino pues sólo faltan cuatro meses para su jubilación reglamentaria. Allende responde que necesita unas horas y pide a Orlando Letelier, ministro de Defensa desde hace tres días, que convoque a los almirantes al día siguiente, ante Montero. (Garcés,1975, 238)
Las versiones de Huerta y Huidobro confirman, más o menos, el informe de Montero al Presidente. Los almirantes se reúnen previamente y deciden pedirle la renuncia a Montero “sin demora”, con tres argumentos: los oficiales superiores y sus esposas tienen una actitud levantisca; el Gobierno no ha condenado los intentos de infiltración (la aplicación de la ley de Seguridad del Estado contra los marinos no les parece suficiente); la presencia de las fuerzas armadas en el gabinete es inaceptable. Merino prefiere no decir nada él, y pide que todo esto sea comunicado a Montero por el almirante Horacio Justiniano (Huerta,1998,II,88), sin duda para comprometerlo.
En cuanto Montero llega a Valparaíso – continúan Huerta y Huidobro- se reúnen con los almirantes. Sabe que en las salas vecinas están reunidos casi todos los oficiales y que están contra él. Montero escucha y responde que ha recibido ataques de una bajeza increíble, se ha dicho que es miembro de la Izquierda Cristiana; que ha albergado al secretario del Interior Daniel Vergara (PC) y que piensa iniciar una carrera política. Ha resuelto retirarse –responde- pero lo hará por iniciativa propia, cumpliendo con el Presidente de la República que lo ha honrado confiándole el cargo. No desea actos de despedida, ni oficiales ni personales. La asamblea de oficiales que espera a Montero, se sorprende al ver llegar a Merino, éste les reprocha sus responsabilidades en la infiltración y señala que no les concierne la designación del alto mando; su deber es estar listos para defender la Patria… (Huerta 1988, II, 88; Huidobro, 1989, 212-213)
Según todas las versiones, Merino se mantiene en segundo plano y no es él quien pide la renuncia a Montero. Al día siguiente, sábado 1 de Septiembre, se reúne el Consejo Naval entre las 10 y las 14:30 horas, en el despacho de Letelier, situado en el cuarto piso del Ministerio. El Mercurio titula nuevamente “ Renunció Almirante Montero” e informa de las dos reuniones de oficiales en la Escuela Naval, deduciendo que su sucesor sería Merino.
Esta vez disponemos de la versión del Ministro de Defensa, Orlando Letelier, quién grabará su relato en 1975, un año antes de su asesinato en Washington. Según Letelier, durante una reunión de 5 horas pide a los almirantes que digan, uno a uno, cuál es su posición sobre el pedido de renuncia a Montero. Y se dirige en primer lugar a Merino: Merino –cuenta Letelier – “tuvo una actitud llena de cobardía” cuando responde:
“ Yo lo único que deseo es que llegue el momento de mi retiro, e irme. Yo no desearía ser comandante en Jefe de la Armada, etcétera”.
Como Merino a quedado en una postura dfícil, el almirante Carvajal intenta reflotarlo, diciendo:
“ Ministro, realmente las cosas tal como Ud. las ha planteado a mi almirante Merino lo obligan a tener que decir que él estaría por renunciar. Pero si a él se le pide que se sacrfique, y que asuma como comandante en Jefe, él tendría una actitud de parte de todos nosotros de gran respaldo”.
Otros almirantes alaban los méritos de Montero, pero dicen, es mal aceptado por la oficialidad jóven. Letelier explica a J. Garcés que “ninguno de ellos atacó de frente a Montero, porque Montero, además, estaba ahí; porque todos son unos grandes cobardes, como tú lo sabes muy bien. Le echaron la culpa a la oficialidad jóven”.
En el curso de la reunión continúa –Letelier- al menos tres almirantes divergen de la mayoría golpista: Daniel Arellano (Ministro de Hacienda) mantiene una actitud de “gran lealtad hacia Montero” y llega a presentar su renuncia ahí, para dejar a Montero en libertad de acción…y probablemente para presionar a los otros a que hagan lo mismo; Hugo Cabezas también defiende a Montero. Y Hugo Poblete, conocido por su constitucionalismo, a quién intentaron no comunicarle la citación a la reunión, es categórico en criticar el pedido de renuncia a Montero como “ un acto de insubordinación inaceptable” y con toda claridad dijo:
“Mire, Ministro, aquí lo que se está planteando es un acto de insubordinación inaceptable. Usted tiene la razón en lo que ha dicho. Yo quiero hablar con usted delante de todos los almirantes, con la más absoluta franqueza. Dentro de la Armada se está alterando la disciplina, hay personas alrededor de esta mesa que están en una actitud conspirativa”.
Igual que el día anterior, Merino no critica personalmente a Montero ni pide su renuncia.
(Garcés, 1995 (a),38-39)
Según las versiones de Huerta y Huidobro, el Ministro les anuncia que aunque la presencia del almirante Montero no les sea grata, ha decidido que el Consejo Naval se reúna en su presencia. Desea conocer la opinión de cada uno, ya que, para el Gobierno es inaceptable que una asamblea de almirantes pida la renuncia del comandante en Jefe, pues tal actitud rompe la verticalidad del mando. Sería como si una reunión de capitanes pidiera la salida de los almirantes.
Merino toma la palabra. En un tono “seguro, pero no sereno” habría hablado de los intentos de infiltración en la Armada por elementos del PS – sabieno que el ministro es socialista – y habría explicado que la renuncia de Montero permitiría bajar la presión en la Armada, que es una institución antimarxista. El ministro replica que se está prejuzgando – continúa Huerta – la participación socialista, anticipándose a los tribunales, y que la Armada no puede ser antimarxista como tampoco puede ser antibudista. Luego pregunta directamente a Merino si desea ser comandante en Jefe, recordándole que había expresado su deseo de renunciar. Merino responde que ya ha obtenido todas las satisfacciones profesionales, ya que su único anhelo se había cumplido al llegar a comandante de la escuadra; que él no busca ese puesto pero no elude responsabilidades. Montero interviene para pedir que cada almirante diga si confía o no en su comandante en Jefe: Hablan todos diciendo, en resumen, que éste es muy capaz, pero que hoy no es factor de cohesión institucional…
Letelier concluye que es inadmisibleque un Consejo Naval vote sobre la permanencia del comandante en Jefe y levanta la sesión. (Huerta,1998, II, 91-93; Huidobro, 1989, 214-216).
A la salida de la reunión, el almirante Montero declara a la prensa: “El Presidente de la República tiene plenas facultades para decidir sobre la designación de mi reemplazante”. El Mercurio titula al respecto: “Almirante Arellano no habría aceptadojefatura de la Armada” (El Mercurio 2-9-73)
El lunes 3 de septiembre , Allende anuncia que la renuncia del almirante Montero ha sido rechazada. En una carta pública, Allende le dice: “ De manera reiterada , Ud. Me ha planteado su decisión de dejar las filas de la Armada (…) deseo expresarle que he meditado profundamente sobre cada una de las razones en las cuales Ud. fundamenta su renuncia. Todas ellas las considero sólidas y respetables. Por eso, sólo un imperativo de superior jeraquía, el del interés supremo del país, me obliga a rechazársela. También sé que no puedo pedirle que prolongue por tiempo indefinido su permanencia en la Comandancia en Jefe: sin embargo le insisto en que Chile debe contar con su valioso concurso en estas horas” (El Mercurio, 4-9-73).
En vísperas del golpe, Toribio Merino no ha conseguido la jefatura de la Armada. La noche anterior, éste transmite su inquietud a Ismael Huerta: “Pinochet y Leigh son Comandantes en Jefe; yo seré desleal” (Huerta II, 1988, 100). Efectivamente. Merino no solo se amotina contra el Presidente y la Constitución, sino también contra su superior jerárquico. En sus memorias reconoce el cuartelazo: “Me había nombrado yo mismo comandante en jefe”, ya que Montero no estaba de acuerdo con los actos que estaba desarrollando la institución; “Asumí como Comandante en Jefe, sin avisarle antes que lo había destituído” ( Merino, 1998, 250-251). Es lo que afirma Salvador Allende en su último discurso en que lo acusa de haberse “autodesignado” comandante de la Armada.
La usurpación del cargo va a prolongarse hasta 1990.
El secuestro del Almirante
El almirante Raúl Montero ha aceptado postergar su renuncia y continuar al frente de la Marina para mantenerla sometida a la ley y a las autoridades legítmas. Según el periodista Ignacio González, el día 11 el almirante Montero decide volver al trabajo, pero el chofer de la Armada no se presenta a buscarlo a la casa del comandante en Jefe, en la calle Sánches Fontecilla. Más tarde Montero sabrá que habían llamado al chofer ordenándole que se dirigiera directamente al Ministerio de Defensa, con el pretexto de que el almirante ya estaba ahí. Montero intenta insistentemente comunicarse con el Ministerio de Defensa a través de las cuatro líneas telefónicas. Insiste hasta que finalmente le responde el almirante Hugo Cabezas, informándole del “pronunciamiento ” y pidiéndole que no salga de su casa.
El almirante hace un último intento de resistir, pues considera que su deber es ir a la Moneda. En oposición al “pedido” de Cabezas, viste su uniforme y, cuando va a salir, comprueba que la casa está rodeada por soldados en tenida de combate. Alarmado se sienta al volante del automóvil de servicio. No funciona. Intenta partir en su auto personal, pero comprueba que las puertas han sido selladas con cadenas y candados. Un helicóptero comienza a sobrevolar su casa en círculos. Está encerrado, prisionero; lo han secuestrado en su domicilio para privarlo de su mando.
La resistencia del comandante en Jefe a las presiones para que abandone su cargo, estigmatiza ante la Historia la deslealtad de los amotinados. Merino no consiguió obtener el puesto ligítimamente.
El día 13 informan a Montero que irán a buscarlo para que haga entrega de la comandancia. Un vehículo de la Armada lo conduce hasta el Ministerio, donde aguarda Merino. En una ceremonia glacial, de diez minutos, Montero habla de los planes que le parece necesario desarrollar, pide un documento que certifica que hizo entrega de los 67.000 dólares de fondos reservados y parte a vivir años de ostracismo.
Sufrió intentos de persecusión; una de las “confesiones” que los torturadores intentan hacer firmar a Luis Vega durante su detención en la Esmeralda, es que Montero mantenía vinculaciones secretas con el PC ( Vega, 1983, 206).
Casi dos décadas mas tarde, Raúl Montero accede a responder a las preguntas de María Olivia Monckeberg en su casa en Viña del Mar. Allí está, en un lugar de honor, el crucufijo antiguo que había pertenecido a la madre de Allende y que el presidente le había obsequiado. El almirante explica que había presentado por primera vez su renuncia al cumplirse 40 años de servicio, invocando el artículo que los establecen como tope máximo de la carrera de oficial naval, pero Allende había respondido con otro que faculta al presidente a prolongar hasta 3 años la función de comandante en Jefe. Montero volverá a renunciar cada año, e incluso en agosto de 1973 había presentado 3 veces su renuncia. La última vez Allende le dijo. “ Mire, sé que su salud está quebrantada…” Se mantuvo en su puesto pese a que el Golpe venía; no sabía ni cómo, ni cuándo ni quiénes lo encabezarían…El almirante explica que quería evitar intervenir en política y evitar que sus oficiales lo hicieran ( Diaro La Época, 8-10-89, citado por González,2000,276).
En 1984, se despide de la periodista Mónica González diciéndole:
“ Yo siempre he asumido mis responsabilidades. Amo la verdad y confío mucho en un juez infalible que es el tiempo. El cual siempre todo clarifica. ¡ Siempre ! Tarde a veces, pero a todos les llega su hora… ¡ Ya verá ! (González, 1990, 216).