Torturas en la Armada. 1973
En su edición anterior, Chile HOY publicó una entrevista al abogado Pedro Enríquez, en que se denunciaban las torturas a que han sido sometidos marineros y suboficiales de la Armada. En estas páginas incluimos entrevistas hechas por Alvaro Rojas, corresponsal de Chile HOY en Concepción, al sargento Cárdenas.
Estimamos que todos estos testimonios encierran tal gravedad, que hemos resuelto iniciar una campaña en contra de las torturas. Para ello, hemos pedido la opinión de dirigentes políticos y personalidades de todas las tendencias. Aquí reproducimos las que emitieron el ex Senador y candidato presidencial democratacristiano, Radomiro Tomic y el sacerdote Hernán Larraín, director de la revista “Mensaje”.
Sargento Cardenas:
“El Fiscal me dijo: ‘Si hay un golpe, no va a quedar vivo ningún líder de izquierda'”
Juan F. Cárdenas Villablanca, 37 años, sargento segundo, maquinista del destructor “Blanco Encalada” de la Armada Nacional de Chile, es un hombre alto, delgado, de pelo oscuro y gesto severo en el rostro. Casado con Regina Muñoz Vera, tiene dos hijos pequeños. Lleva 20 años de trabajo en la Marina. Ha cursado estudios superiores en Estados Unidos, donde fue felicitado y obtuvo los primeros lugares en su especialidad: máquinas. En este momento se encuentra recluido en el fuerte Silva Palma de Valparaíso, acusado junto a otros 47 marineros y civiles que trabajaban en ASMAR del delito de “sedición y motín”. Desde el día en que la Armada dio a conocer el pretendido cuadro subversivo que se habría detectado en su seno hasta el viernes pasado, fue imposible para sus abogados y para su esposa tomar contacto con el sargento Cárdenas, que si bien no estaba “oficialmente” incomunicado, en los hechos era mantenido alejado de todo contacto con civiles. La entrevista que sigue es producto del primer contacto de los abogados y de su esposa con el sargento Cárdenas.
Esta se realizó en un oscuro y frío rincón del fuerte Silva Palma o cuartel de orden y seguridad, nombre eufemístico que la Armada da a su presidio militar. Los abogados y la esposa del sargento no obtuvieron ninguna facilidad para entrevistarse con Cárdenas. Al contrario, se les ofreció el lugar más desagradable de la prisión naval, ubicado en un lugar abierto a todos los vientos, lo que sumado al hecho de que el cuartel Silva Palma se encuentra en un cerro relativamente elevado, hizo que tanto los abogados como el periodista y el mismo Cárdenas temblaran de frío a los pocos minutos.
Luego de los saludos, la primera frase que dijo Cárdenas fue la siguiente: “estoy más firme que nunca”.
Ch. H.: ¿Cuándo fue detenido y en qué circunstancias?
J.F.C.: Fui detenido el seis de agosto, a las tres de la madrugada, en el “Blanco Encalada”, aquí en Valparaíso. Me condujeron a la Escuela de Infantería de Marina de Las Salinas (Regimiento Miller) en Viña del Mar. Allí comenzaron a flagelarme y torturarme durante todo el resto de la noche (desde las tres hasta las ocho o nueve de la mañana del día seis).
Ch. H.: ¿Qué tipo de flagelación sufrió?
J.F.C.: Me colgaron de una cruz de madera con las manos y los brazos amarrados con cordeles. Es difícil explicar. Estaba así (abre las manos y piernas)…, me pusieron como en cruz, pero con las piernas tan abiertas que la intención que tenían era de rajarme. Allí comenzaron a golpearme en todo el cuerpo, especialmente los genitales.
Me llevaban con la consigna de declarar todo lo que ellos me habían dicho que dijera. A todo esto, yo no había dicho nada. En esa entrevista con el fiscal me limité a señalar que que había sido flagelado nuevamente. Me decían que no había cumplido con las instrucciones que me habían dado para que me declarara culpable. Desde ese día no me dejaron dormir. Cada quince minutos me despertaban para darme algunos golpes, así estuve toda la noche del domingo.
Ch. H.: ¿Quiénes eran los que lo flagelaban?
J.F.C.: Todos eran oficiales del cuerpo de infantes de marina.
Ch. H.: ¿No había soldados?
J.F.C.: No, soldados, no.
Ch. H.: ¿Qué ocurrió el lunes 13?
J.F.C.: Me llevaron ante el fiscal Jiménez para carearme con otros marineros. Dije solamente que nos oponíamos al golpe de Estado y que no secundaríamos a nadie que lo intentara. Volví a insistir en que había sido flagelado y que quedara constancia en el proceso de mis declaraciones. El fiscal se negó. Le dije que no necesitaba probar que había sido flagelado ya que él podía ver las señales en mi cuerpo y en el de los otros marineros. También le dije que a esta altura ya mi cuerpo no resistía más y que intentaría suicidarme si las flagelaciones seguían y que estaba recibiendo golpes nada más que en la cabeza. El fiscal sólo me cambió el lugar de detención.
A todo esto, en Talcahuano los trabajadores estaban agitados. El Comando Comunal se entrevistó el domingo con el almirante Paredes, y éste le manifestó: “en la Armada no se tortura a nadie”. Al parecer, el almirante no había sido informado de la forma en que fueron tratados los marineros en la misma base naval. Los abogados, por su parte, iniciaban los contactos posibles para lograr hablar con sus defendidos, hasta que gracias a la presión de masas lograron hacerlo.
Continúa Cárdenas: El lunes en la noche me siguieron dando junto con los otros. Esa noche me sacaron a unos allanamientos a casas (se trata del allanamiento al departamento de los hermanos Vergara en el centro de Concepción); querían que yo reconociera a esos muchachos, niños diría yo. Me negué, porque no los había visto en mi vida y porque vi que eran muy jóvenes, tendrían unos 16 ó 17 años. Incluso me carearon con ellos.
El martes al mediodía fui conducido nuevamente a la Fiscalía Naval. El fiscal ordenó que me llevaran a la Isla Quiriquina.
A esa altura, ya Cárdenas se había transformado en una pieza fundamental para el juicio.
Después me aplicaron corriente eléctrica. Nadie me interrogaba. La corriente era más o menos alta, con los estremecimientos que me produjo me zafé un brazo (el izquierdo).
Ch. H.: ¿Y después?
J.F.C.: Cuando vieron que estaba mal me bajaron, me vendaron los ojos y me metieron en un ataúd.
Ch. H.: ¿En un ataúd?
J.F.C.: Sí, en un ataúd. Lo vi, porque antes que me pusieran la venda en los ojos estaba puesto en el piso. Una vez dentro me hicieron rodar por una pendiente. Me amenazaron de muerte y me decían que no querían gastar una bala en un m… como yo. Después de eso me tomaron de los pies y me metieron en un pozo, que al parecer era séptico por el olor. Allí me sostenían hasta que no podía respirar. Al salir del pozo por tercera o cuarta vez me desmayé. Me hicieron levantar a puntapiés.
Ch. H.: ¿Quiénes lo flagelaban?
J.F.C.: Oficiales. Cuando vi todo esto supuse que con vida no salía de ésta, así que me saqué la venda de los ojos y vi como 20 infantes de marina que cuidaban el lugar. Al ver que me saqué la venda me golpearon de tal manera que perdí el conocimiento por cuatro horas a lo menos. Me di cuenta que había pasado tanto tiempo porque ya estaba oscuro cuando desperté (cuando me saqué la venda estaba claro y cuando desperté era de noche). Apenas volví en mi comenzaron a golpearme otra vez, especialmente con patadas en la cabeza, porque ya no tenía lugar del cuerpo donde me pudieran pegar. Luego me colgaron otra vez en la cruz y me aplicaron la electricidad. Al mediodía del seis trajeron a Blasert y Lagos, quienes fueron sometidos al mismo tratamiento. A ellos lograron hacerles firmar documentos que decían que el líder del movimiento subversivo era yo.
Ch. H.: ¿Cuánto tiempo estuvo usted en Las Salinas?
J.F.C.: Desde las tres de la mañana del lunes seis, hasta tarde en la noche del mismo día.
Ch. H.: ¿Cuándo lo sacaron de allí?
J.F.C.: En la noche del mismo día nos llevaron a Silva Palma. Muchos marineros que puedo mencionar y que están dispuestos a declarar en mi favor, me vieron ingresar en pésimas condiciones al cuartel. La idea de los oficiales era escarmentar con nosotros a todos los que se oponen al golpe en la Armada.
Ch. H.: ¿Qué pasó en la Armada?
J.F.C.: Me llevaron a la enfermería, el enfermero al verme, dijo: “Yo no me meto en este forro, este hombre debe ser visto por un médico, me niego a atenderlo”. Tampoco quiso atender a Blaset y Lagos, insistió en que él no se metería en ese forro. A pesar de que el enfermero se negó a atendernos, el encargado de la prisión no nos quiso llevar al Hospital Naval para evitar la difusión de los hechos.
También me sometieron a una tortura que consiste en ponerlo a uno en el filo de una banca, de espaldas y comenzar a cargarlo por la cabeza y los pies, como un balancín. Sentía que me molía la columna vertebral.
Ch. H.: ¿Qué pasó al día siguiente?
J.F.C.: Fui conducido ante un oficial de apellido Bilbao de grado de comandante. Este era el fiscal administrativo. Me dijo, entre otras cosas, algunas que no olvidaré nunca: “en el caso de un golpe de Estado, no va a quedar vivo ningún líder de izquierda”.
Ch. H.: Luego, ¿qué pasó?
J.F.C.: Desde el martes 7 hasta el viernes 10, a las 21 horas, fui mantenido en el Silva Palma. Todos los días me sacaban del lugar para someterme a torturas que no detallo, porque consistían más o menos en lo mismo que he relatado. El mismo viernes, a las 21 horas, y en forma muy sigilosa, me sacaron del cuartel custodiado por numerosos infantes de marina, armados como para combate. También viajaban conmigo los otros tres detenidos, nos llevaron a Carriel Sur, en Concepción, en avión. Cuando llegamos nos subieron a un jeep grande, nos hicieron tendernos en el piso de a tres, luego hicieron tenderse a otros tres encima nuestro, boca abajo y cruzados con nosotros. Luego pusieron otros dos encima de la “ruma”. Finalmente, se sentaron encima unos doce cosacos. Fuimos conducidos a un campamento de los infantes de marina que queda cerca del fuerte Borgoño. Cuando nos bajaron comenzaron a golpearnos de inmediato. El detenido Pedro Lagos quedó con traumatismo encéfalo craneano y perdió el conocimiento. A un marinero de apellido Salazar le reventaron los oídos. Fuimos sumergidos en un charco de mugre. Eramos pateados durante las flagelaciones. El artillero Salazar ubicó a uno de los flageladores, llamado Luis Guerrero. Pedro Lagos ubicó a otro, cuyo sobrenombre era “Cara de Pato”. A un hombre de la Escuela de Ingeniería le fueron voladas las muelas a patadas con encías y todo (este hombre quedó posteriormente en libertad por falta de méritos).
Ch. H.: ¿Quién dirigía las operaciones?
J.F.C.: El capitán Koeller. Nos arengaba por las supuestas irregularidades del Gobierno.
Es necesario señalar que el viernes los abogados de Cárdenas ya habían intentado hablar con él y que había sido negado sistemáticamente el permiso por el fiscal.
Ch. H.: ¿Qué ocurrió después?
J.F.C.: En la tarde del sábado me llevaron en andas a declarar ante el fiscal Jiménez.
La presión civil y las torturas asustaron a los mandos medios de la Armada, que no quisieron que el sargento Cárdenas fuera visto, ya que éste mostraba los estragos causados por las sesiones de flagelaciones y torturas a que fue sometido. Por ello fue enviado a la isla Quiriquina.
Ch. H.: ¿Recuerda otros detalles?
J.F.C.: El capitán Koeller me dio numerosas ocasiones para que me fugara. Así podían matarme. Una vez estaba sentado y solo. Pensé inmediatamente en la posibilidad de huir, pero me contuve cuando vi entre unas ramas a unos soldados con una ametralladora. Entre ellos estaba el capitán Koeller.
Es necesario aclarar que Koeller es el mismo que llevó las tropas a allanar COSAF en Penco y MARCO CHILENA.