La detención del suboficial José Triviño*
José Triviño, uno de los suboficiales más antiguos y conocido por su oposición al golpe, había sido mutado a Santiago para apartarlo de la tropa. El 11 de septiembre consigue llegar hasta su unidad donde el segundo comandante le ordena volver a su casa. De regreso enciende el receptor con la esperanza de captar alguna instrucción del gobierno; su hijo, estudiante de la Universidad de Chile, está en la facultad con otros estudiantes de izquierda. De noche irrumpe en su casa un pelotón de ocho carabineros, detiene al suboficial Triviño y lo conduce a la Escuela de Suboficiales. Al día siguiente vienen a buscarlo cuatro miembros de Inteligencia naval, un teniente Osses y tres sargentos (Aliaga, técnico electrónico; Villarroel, enfermero; y un telegrafista), quienes lo llevan al séptimo piso del Ministerio de Defensa. Allí le cortan los galones con un yatagán, gritándole que es un infiltrado vinculado a los cubanos, lo amarran a un sillón y comienzan a torturarlo dándole golpes de electricidad. Efectivamente su hija había ganado una beca y había estudiado medicina en Cuba. En la tarde lo llevan por avión a El Belloto, donde lo colocan en un lugar al aire libre donde hay unos 40 prisioneros. Echan andar las turbinas de un avión para enfriarlos y continúa la tortura.
Triviño es trasladado al Silva Palma incomunicado, donde responde: “No voy a negar que estuve con la Constitución y se lo he manifestado a todos los comandantes”. El 4 de octubre lo llevan al barco prisión Boca Maule, donde, entre los prisioneros hay médicos, profesores, personas inválidas, dos sacerdotes, así como algunos argentinos y brasileños. En las diferentes sesiones de torturas, las víctimas reconocen entre los torturadores a miembros de Patria y Libertad que portan uniforme de la Armada.
Hacia la Navidad, Triviño es trasladado a la cárcel de Valparaíso, donde se encuentra con los otros marinos prisioneros. Sólo en enero de 1974, al cabo de más de tres meses de prisión y malos tratos, sale en libertad sin que nunca se le acuse de nada.
Años más tarde, el suboficial Triviño decide asistir a una ceremonia de antiguos de la Armada, “para demostrarles que aún estaba vivo”. Ahí se encuentra con el sargento Aliaga, uno de sus torturadores. “Lo miré muy fijamente…él sólo agachó la cabeza”. Fajardo, 2000, 190- 192.
* ( Extracto del Libro, Los que dijeron “ NO “, Editorial LOM, del Historiador Jorge Magasich Tomo II, 284 )