Picadero
El llano del Lliu Lliu se encuentra en Colliguay, unos 6 a 8 kilómetros al sur del embalse del mismo nombre, enclavado entre las elevaciones de la cordillera de la costa, comuna de Limache, provincia de Valparaíso. Esto es al sur de la cuenca hidrográfica del Aconcagua, en que los meses de verano tiene días muy calientes y noches frías, durante el invierno algunas de sus cumbres se cubren de nieve .
Según me he informado recientemente, gracias a la magia de Wikipedia, esta zona geográfica mantiene una vegetación nativa de quillay, litres, peumos, maitenes y otras especies vegetales. En lo que respecta a fauna, allí habitan aves como codornices, loicas, aguiluchos, lechuzas, tiuques, y mamíferos tales como conejos, zorros; y además guarenes y ratones de campo.
He hurgado más en la historia de este lugar, encontrando que en tiempos precolombinos el imperio de los Incas ya explotaba lavaderos de oro, trabajo que posteriormente continuaron los colonizadores españoles haciendo uso de la población nativa, como mano de obra esclava, extrayendo el preciado mineral, principalmente del estero Marga-Marga, que era el lugar más productivo.
Después de la derrota del reino español, el 5 de Abril de 1818 en la batalla de Maipú, muchos soldados chilenos del ejército realista buscaron refugio en estas áreas, en donde hicieron sus vidas y sobrevivencia. Hoy sus descendientes viven allí, en esa zona.
Luego del cruento golpe de Estado del 11 de Septiembre de 1973 que terminó con la libertad y democracia de mi país, la dictadura habilitó o construyó diferentes recintos de detención, campos de concentración, en este caso con la complicidad de los propietarios del lugar , en que se mantuvo a miles de partidarios y partidarias del gobierno de Salvador Allende, así como a los marineros antigolpistas, entre los cuales me encontraba yo. La brutal represión no impidió que nos mantuviéramos leales a Salvador Allende y por ende a la constitución de la república en esos momentos trágicos .
Debo hacer hincapié, y tal como lo relaté en una ocasión anterior, que el hecho más traumático que experimenté, en ese maldito lugar, fue el abuso de poder y tortura contra Gilberto Suárez, un humilde minusválido más conocido entre nosotros como el “Fito”, por su prominente joroba . Un grupo de “valientes” soldados de la infantería de marina se ensañó a culatazos y patadas contra él indefenso ciudadano chileno, dejándolo bañado en sangre, como castigo por no querer cantar la canción nacional, en especial la parte infame de “vuestros nombres valientes soldados que habéis sido de Chile el sostén”. El esbirro, teniente González de la infantería de marina, fue el infeliz a cargo de dicha operación, demostrando con ello un salvajismo muy alejado del código de honor que debe mantener un soldado.
Dentro del campo de concentración, de “isla Riesco o Melinka” los prisioneros teníamos que formar varias veces al día, como si fuéramos reclutas regulares, obedeciendo órdenes militares y ejecutando movimientos y desplazamientos de infantería, formando escuadras y secciones (pelotones), a lo cual nosotros, provenientes de la Armada, estábamos habituados, pero no así la mayoría de prisioneros políticos civiles, en donde constatamos la presencia de profesionales de la cultura, las ciencias y todo el rango intelectual de la zona. También debíamos cantar la canción nacional, por lo menos una vez al día. Allí TODOS los días eran iguales, no teníamos ningún contacto con el mundo exterior. Además, no teníamos ningún control sobre nuestra situación, un total desamparo. Lo que sí teníamos era una vista de todo el entorno, rodeado de cerros. Allí había que vivir día tras día sin hacerse ilusiones en un potencial mañana. El terreno era de rulo o secano, en momentos de brisa se levantaba un polvo que hacía nuestra estancia más difícil, especialmente para los prisioneros más viejos con problemas respiratorios.
El trato a los prisioneros era extremadamente abusivo. Algunas veces los infantes de marina realizaban balaceras y explosiones en las noches, para al día siguiente informar que habían repelido un ataque extremista o que un conejo había pisado una mina. Recuerdo que en una oportunidad una esquirla de una de las minas atravesó la pared de una cabaña, cerca de una torre de vigilancia, hiriendo en el hombro izquierdo a un prisionero de apellido Gatica.
Los soldados no tenían protocolos para atender a los enfermos o gente con problemas dentales. La única capacidad existente era un enfermero naval que aunque con buena disposición no contaba con los recursos mínimos, tan solo tenía aspirinas y parches curitas. Recuerdo que la atención que tuvo nuestro camarada Luis Rojo, por un ataque a la vesícula fue nula, ignorada, contrariando las normas de la Convención de Ginebra, que dice que los prisioneros de guerra deben tener un trato humanitario. En otra oportunidad nuestro amigo Guillermo Castillo, Pillín, sufrió un estado de peritonitis. Tuvo que ser llevado en helicóptero al hospital naval, ocasión en que el cabo Soto, infante de marina, lo amarró en forma exagerada, abusiva, ya que “embarriló” todos sus dedos con las manos juntas, para después amarrarlo más y dejarlo como un ovillo antes de subirlo al helicóptero. El Pillín viajó, además de los dolores propios de su dolencia, bajo constante acoso, como un vulgar paquete, para después de su operación ser trasladado al cuartel Silva Palma, en donde fue sometido a abusos reiterados sin que se considerara su convalecencia, lo que duró algunas semanas.
Lo que relato más adelante ocurrió entre enero y febrero del año 1974, fue un hecho que ha quedado impreso en mi memoria, y la de los otros prisioneros. Además, también con ello quisiera recordar a mi camarada José Maldonado Alvear.
Los cabos Álvarez y Soto, de la infantería de marina, vestidos con trajes de combate y quepis, armados con pistolas de reglamento, flanqueados por algunos soldados portando sus metralletas HK, nos tienen a José Maldonado de veinticuatro años y a mi de veintiuno parados uno al lado del otro, con la vista fija en ellos, que nos miraban de arriba abajo con un aire de desprecio. Uno preguntó, demostrando toda la sutileza del momento:
-Cómo te llamai conche tu madre….
-Marinero primero electricista, José Maldonado Alvear, respondió con un tono fuerte y claro sin amilanarse, además mirándolo a los ojos ….
-Si, pero a ti te dicen el “Loco”!
-Afirmativo … pero sólo mis amigos me llaman así.
-Y vos-, dirigiéndose a mi …
Respondo, “Jaime Salazar …. “
-Y qué más huevón.
-¿Cuál es su pregunta mi cabo?
-No te hagas el huevón! Qué grado y especialidad tenías en la Armada.
-Marinero primero mecánico artillero-, le respondo.
-He escuchado que también te llaman Jimmy y veo además que los dos son especialistas… ¿quién es el más antiguo?
-Yo-, respondió José
Se acerca a José y con la varilla lo golpea en el pecho, mientras lo miraba seriamente. Trataba de intimidarnos, pero José se mantuvo firme, mirándolo fijamente, con gran seguridad y un aire de orgullo.
-Mmm …Bien!- y bajando la voz a casi un susurro agregó: -No saben los hijos de perra que son prisioneros de guerra, y somos nosotros los que mandamos aquí! Además, Uds. como marineros saben perfectamente el reglamento de la Armada de Chile. Es bien claro, que cuando se llama a comer, !todos comen¡ !aquí los indisciplinados pagan duro¡ levantando la voz y golpeándose la mano con la varilla que portaba.
Toda esta conversación se realizaba a unos veinte metros de distancia de la formación de los más de 200 prisioneros, que se preparaban para irse a sus cabañas en aquella tarde soleada.
Los prisioneros estaban “con la oreja parada”, mirando de reojo, pendientes de lo que nos acontecía. Nuestra falta fue no formar para ir a cenar, algo que ya habíamos hecho antes, pero esta vez nos pillaron.
-Yo no tenía hambre y este repetitivo menú me tiene aburrido-, respondió José.
-Y tú, Jaime!
-Me quedé dormido-, respondí, mintiendo, ya que al igual que José estaba hastiado de comer lo mismo todos los días y había guardado un trocito de marraqueta para paliar el hambre.
Cabo Soto: -Chucha, veo que se creen oficiales los huevones, quieren comer carne, ensaladas, repollo picado finito como lo que comen los oficiales, y tal vez tomarse un aperitivo también, soltando una carcajada, ja, ja, ja. -¡Pero lo que tendrán será picadero y tal vez plomo, ya que todos sabemos que Uds. están hediondos a pólvora! Expresando con ello que podríamos ser fusilados en cualquier momento, si recibían la orden, además, era lo que repetían constantemente los soldados.
-A mal tiempo buena cara-, responde José. Y continúa: -Pero ha de saber el cabo, que en la marina, tal como usted lo menciona, si seguimos el REGLAMENTO y según el libro *pera, todo el perraje, o sea Uds. también, deben tener una dieta balanceada. Agregando: Pero aquí parece que nos quedamos pegados y comemos papas con mote y porotos todos los días.
“Si! y solo vemos el pollo cuando viene la cruz roja,” acoté yo.
El cabo Soto golpeaba la varilla de mimbre sobre su otra mano mientras decía: “Chucha, se quieren amotinar o me quieren hacer un bandejazo. Pero Uds. no tienen ningún derecho, no valen nada y están listos para el paredón, son nuestros prisioneros.”
-Si-, respondí yo, -pero como prisioneros de su guerra estamos amparados por la Convención de Ginebra, un tratado internacional firmado por Chile, tal como lo afirmó el teniente González cuando nos recibió a nuestra llegada.
“Váyanse a la chucha. Esas regulaciones no corren para mi, ¡y aquí nosotros somos los que tenemos la sartén por el mango! Tendrán que pagar como corresponde marineros subversivos, por lo tanto, a sacarse la ropa, que los quiero *calatos”, mientras el cabo Álvarez asentía: “aquí todos pagan, así que a empelotarse en tres tiempos.”
Este era el trato recurrente con los prisioneros. El astro sol lucía de un color algo rosado y casi alcanzaba la cresta de los cerros al fondo del llano del Lliu-Lliu, lugar en que se emplazaba el campo de concentración. Ya nuestros compañeros estaban encerrados en las cabañas. Unos seis soldados estaban en el campo, además de los que estaban en la torre de vigilancia con sus negros fusiles HK cruzados al pecho, los cuales no se perdían detalle. Al mismo tiempo que nos desvestimos y dejábamos nuestras ropas en orden, sobre los zapatos … José habló:
“Les recuerdo cabos Soto y Álvarez, que algún día la tortilla se dará vuelta y nosotros podríamos estar en una situación más ventajosa que ahora.”
Y yo acoté: “Podría haber otro golpe de Estado y nosotros podríamos quedar arriba y Uds. abajo.”
-Uds. saben que yo me llamo cabo Soto y mi colega acá Álvarez, y si alguna vez nos vemos en la calle tendremos que actuar como tales, pero dudo mucho que eso pase, ya que es muy difícil que salgan vivos de aquí, porque están hediondos a pólvora y tal vez mañana o pasado recibamos la orden para fusilarlos a todos.
-Sí, pero eso no ha pasado aún y tal vez nunca pase. Pero está bien que nos quede claro a todos-, repitió José. -Algún día, en el futuro, nos veremos en otras circunstancias, y recuerde que este gobierno puede cambiar mañana-, remató con voz serena.
El sol se acercaba a su ocaso, mientras los treiles y tiuques sobrevolaban el valle emitiendo sus chillidos que se perdían en ecos, como cascadas, por el valle. Además, la brisa empezaba a refrescar la ardiente tarde entre las montañas ¡A correr los huevones! gritó el cabo Soto, secundado por el cabo Álvarez, mientras dejaba caer el latigazo con las varillas de mimbre; era muy doloroso, ya que primero se sentía el latigazo para luego dejar un ardor que perduraba un largo rato en nuestra desnuda humanidad. Se nos obligó a correr alrededor del amplio espacio o patio del campo de concentración, haciendo una elipse de unos 100 metros de norte a sur por unos 40 metros de oriente a poniente. En la medida que iniciamos el trote, logramos platicar con José, el cual se mantenía con una fortaleza que me contagia, y allí él y yo hicimos una promesa: que por ningún motivo pediríamos clemencia o nos humillaríamos ante nuestros verdugos, aguantaríamos todo el trato como corresponde, con mucha hidalguía. Después de unas dos o tres vueltas, cuando ya estábamos cansados, los soldados nos empezaron a azuzar, siguiéndonos un trecho con varillas y cuando podían nos golpeaban con la culata o trompetilla de sus fusiles, en la espalda y nalgas, al mismo tiempo que se reían y hacían bromas de carácter sexual. El correr o trotar se hacía muy difícil ya que estábamos, además de desnudos, a pata pelada. El terreno tenía piedras, espinas y cascajos, que nos lastimaban y nos producían pequeños cortes y pinchazos, por lo que nuestros pies empezaron a sangrar. Luego de algunas vueltas más, y a pesar de que José y yo estábamos en buena condición física, el cansancio, el jadeo y dolor eran grandes, el cabo Álvarez ordenó “punta y codo”, lo que en jerga militar significa arrastrarse con el cuerpo en tierra. Estando en esta posición, se nos latigueó con las varillas mientras los soldados nos insultaban, repitiendo lo mismo, que todos los marineros allí detenidos seriamos fusilados en poco tiempo. Los soldados se turnaban, pero todo esto era liderado por los cabos Álvarez y Soto. Allí, en esas condiciones, sentíamos dolor desde el pecho hasta las rodillas, por el arrastre y además los latigazos en la espalda y nalgas.
-Alto!, gritó el cabo Álvarez. -Ahora arrástrense debajo de los estanques de agua-. El lugar era un lodazal hediondo, ya que allí había materia podrida. Nuestros cuerpos estaban completamente embarrados, algunos gusanos recorrían nuestros cuerpos; en un momento tuve dificultades para pasar por entre las patas de uno los estanques de agua, y el cabo Soto tomó un palo de la fogata que usábamos para calentar nuestros choqueros, el que humeaba, y con este golpeó mis nalgas. El intenso dolor y desesperación me dio impulso para cruzar el obstáculo. -Viste huevón que podías!, espetó el cabo Álvarez. Yo quería matar al CSM, aunque guardé silencio y no se lo dije. El verdugo agregó: -Así que estos son los hijos de puta marineros amotinados subversivos-, mientras a duras penas nos arrastrábamos por debajo de los estanques de agua. Además, todo el procedimiento era complementado con insultos y de vez en cuando con patadas .
A todo esto, sentíamos las miradas de los compañeros que husmeaban a través de los agujeros de las cabañas, y sentíamos la solidaridad y el apoyo en silencio. Hay cosas que no se dicen pero que se sienten en el aire y en el alma.
“Apúrate concha de tu madre”, gritó Álvarez cuando descargó sus varillazos en mi espalda; me moví rápido pero el cansancio era grande, todo sudado y sangrando.
¡Alto!, gritó el cabo Soto. -Ahora se darán un refrescante baño-, y fuimos arrojado a un pozo de aguas servidas, de más de un metro y medio de profundidad. Allí, en esa maloliente asquerosidad, debimos sumergirnos. Cuando salimos a respirar nos pateaban en la cabeza, pero pudimos eludir los golpes moviéndonos un poco más lejos. ¡Sumergirse!, gritaban los soldados, repitiendo el procedimiento de tortura. Ello duró hasta que nos llevaron a otro pozo, que habíamos construido en las semanas anteriores, que medía unos cuatro o cinco metros de profundidad y que tenía no más de un metro de agua en su fondo. Estuvimos varias horas allí dentro, ya que empezamos a ver las estrellas de la clara noche que se nos venía encima. Creímos que allí estaríamos hasta el amanecer. José y yo nos dábamos ánimo en todo momento. Fue allí cuando recordé las instrucciones con los buzos tácticos, en las que participé durante una semana, junto a Rodolfo Claros y Ernesto Zúñiga a fines del año 1972, ya que postulamos a esa sub especialidad. Después de pasar todas las pruebas, se nos negó la posibilidad con el argumento: “el comandante nos dijo que quería mecánicos y no cabezas de músculos”, y que si queríamos ser BT tendríamos que esperar cinco años más.
“El agua no es tu enemiga, sólo debes saber usarla a tu favor”, pensaba yo, “todo está bien y la temperatura agradable”, lo que compartía con José. En respuesta recibía más apoyo de él, repitiéndonos que debíamos mantener nuestra salud mental y que todo esto era una prueba que teníamos que superar. Nos repetíamos que esto era sólo una prueba, en la que el enemigo golpea nuestros cuerpos para afectar la mente, pero nuestra tarea es mantenernos lúcidos y firmes. Ellos quieren volvernos locos, pero debemos estar conscientes que esto es tan solo una prueba, y lo repetíamos a cada momento. Compartíamos apoyo mutuo con José, lo que nos llevó a hermanarnos más. Durante el tiempo que estuvimos allí, aprovechamos esa agua limpia para lavarnos. Cuando ya estaba todo oscuro, con un cielo lleno de estrellas, y nos aprontábamos para pasar la noche con el agua hasta la cintura en la oscuridad del pozo, un soldado nos lanzó una cuerda para salir de aquel agujero, iluminado sólo por las estrellas y la luna. Otro soldado nos ordenó, cuando salimos: ¡A sus cabañas! Procedimos a tomar nuestra ropa e ingresar en pelotas a la respectiva cabaña, la número 8 en mi caso. Allí todos los camaradas me demostraron su apoyo y empezaron a limpiarme. Alberto Salazar me pasó mi toalla, mientras que otros camaradas curaban las heridas de mi cuerpo. Aquella noche fue muy difícil conciliar el sueño, ya que tiritaba por la tensión y por el gran ardor de mis heridas; además de estar muy enojado, pero con el espíritu intacto, pensando en que algún día tendríamos que cobrar nuestra revancha, ya que esta injusticia no podría quedar así, sin respuesta. Además, me sentía bien; pues siempre mantuvimos la claridad mental para enfrentar y soportar aquel martirio.
Al día siguiente con dos bidones de cinco litros y la ayuda de mi camarada Zúñiga, logré darme un reparador baño jabonoso y curar mis heridas y así recobrar la frescura a la que estaba acostumbrado.
Epílogo
En un par de semanas logré recuperarme de las heridas y rasguños, aunque algunas marcas de latigazos tomaron más tiempo en desaparecer. Con el pasar de los años pensaba en confrontar al cabo Soto y enrostrarle su actitud abusiva, pero me quedaré con las ganas, ya que este falleció en la ciudad de Quillota, según me contó un camarada que lo conocía.
El trato al que fuimos sometidos era frecuente que se aplicara a los prisioneros que cometían alguna “falta a la disciplina”. Recuerdo que uno de los primeros compañeros que fue sometido a tan injusto trato fue el marinero Nelson Córdova, nuestro recordado “hermano Córdova”, el cual falleció en el exilio el año 2013 , en la ciudad de Búfalo, estado de New York.
Mi camarada y amigo José Maldonado Alvear era del contingente del ’68. Lo conocí durante el año 1969 en un viaje de instrucción a la isla Juan Fernández, en el buque escuela Esmeralda, él como tripulante y ayudante de los instructores y yo como grumete. Nos reencontramos en prisión. Algunas veces compartimos la celda, por lo que nos pudimos conocer más profundamente. Quedó con secuelas por las terribles torturas y padecimientos que sufrió al ser detenido en la base naval de Talcahuano y que me confidenció en las largas charlas que mantuvimos en su celda de la tercera galería, que compartimos para platicar y jugar ajedrez por largas horas, y mirando por la ventana de seis barrotes, en primer plano el cementerio y más allá la hermosa vista de la bahía de Valparaíso. Recuerdo claramente cuando me confidenció: “Jimmy, yo era uno de los líderes de mi unidad. Participe en la *reunión de los pingüinos la cual fue la reunión más importante de la coordinación de los marineros antigolpistas , Me había leído a Marx, a Lenin y Engels Se suponía que debía estar preparado para las torturas pero no fue así, y aquí estoy y estamos pagando por no hacer las cosas bien; además, lidiando porque para mis padres yo soy la oveja negra de la familia y mi hermano mayor es la estrella”, mientras sus ojos brillaban en la penumbra de la celda. Le respondí: “compadre, yo no sé quién estaba preparado para esto. Yo no lo estaba, pero debemos aprender y ser fuertes para hacer las cosas diferentes en el futuro. Tú no debes culparte y creo que hablando podremos superar en parte este trauma que todos tenemos” .
Después de tres años de prisión José salió al exilio en Suecia en 1976. Estando en ese país que le dio una cálida acogida, pero en contraste su clima, idioma y cultura afectaron su mente acrecentando sus traumas tales como el delirio de persecución. Checho no resistió el desarraigo afectando lo más importante su matrimonio, sus dos hijos pequeños y a toda su familia, por lo que en plena dictadura militar , arriesgando su vida regresó a La Calera, su ciudad, en donde la fatalidad golpeó nuevamente a su familia, ya que en Octubre de 1978, su hermano Javier un estudiante adolecente de 17 años de la escuela industrial de la Calera, mientras compartía con sus compañeros de curso fue asesinado por la espalda por un carabinero. Javier murió en los brazos de José. Todo esto agravó aún más sus traumas. Su mente no pudo soportar tanta presión y dolor, agravando más su condición, generando una situación insoportable para todo su núcleo familiar, los cuales se exiliaron en Francia. En dicho país recibió apoyo y tratamiento., lo que le permitió trabajar en la vendimia de aquel país. En sus últimos años se dedicó a la lectura de poetas y filósofos que le permitieron desarrollar su propio mundo y sus dotes de poeta escribiendo algunos poemas, los cuales son atesorados por su hermano Claudio.
El año 2006 nuestro amigo José falleció, recibiendo el saludo de nosotros sus camaradas antigolpistas, representados por Guillermo Castillo y Luis Ayala , quienes viajaron desde Bélgica al funeral en Francia.
Mi camarada José vivirá por siempre en los corazones de quienes lo apreciamos y fuimos sus camaradas dentro de los marineros antigolpistas y demás presos políticos que compartimos con él en la cárcel y campos de concentraciones de Valparaíso. ¡La imagen que más atesoro en mi mente es de los años 74-76 en que José recibía a su esposa y dos hijos chiquitos y se fundían en un gran abrazo! Esto durante las dos horas de visitas que teníamos en la cárcel de Valparaíso
Durante mis cinco años de prisión, mis derechos humanos fueron abusivamente violados, fui sometido a múltiples castigos como resultado del abuso de poder. Pero este hecho en particular fue realizado frente a una gran cantidad de testigos que pueden dar fe de lo que relato.
Deseo mencionar otro castigo, que sufrí en el campo de concentración. Fui castigado a pasar la noche entera en una cabaña en solitario, sin siquiera una frazada. Fue muy difícil dormir por el frío del lugar, que era insoportable para mí, por lo que estuve tiritando toda la noche, acompañado solamente por la luz de la luna y la claridad nocturna que se filtraban por la gran cantidad de ranuras que tenía la cabaña. Pude ver, entre penumbras, una gran cantidad de ratas grandes, que en Chile se llaman guarenes, los cuales se acercaron y me olfatearon sin atacarme. Creo que fueron solidarias con un prisionero de guerra, por lo que esa noche, tiritando de frío y de nervios, logre salir bien parado.
El mes de Marzo de 1974 el campo de concentración empezó a desmontarse para ser trasladado a Puchuncaví, cerca de Quintero, en la provincia de Valparaíso. Los prisioneros empezamos a ser trasladados de a poco, en la medida que con trabajo forzado se demolió el viejo campo y se construían las nuevas dependencias. En el viejo campo sólo quedaban dos cabañas en pie, es decir, para 24 prisioneros. Yo me encontraba en la cabaña 1, junto a Juan Dotte,Tomas Alonso y Jaime Espinoza. Nos alumbrábamos con velas y escuchábamos música en una radio a pilas. De pronto la puerta se abrió, los soldados nos sacaron a patadas y culatazos a realizar un picadero en que la peor parte se la llevaron el Lolo Espinoza y joven de apellido Aranguiz, los cuales fueron introducidos en aguas servidas, acusados de actividades poco varoniles y de mariconada, por estar bailando alegremente simulando ser una pareja. Al día siguiente fuimos trasladados a Puchuncaví.
La situación vivida en el campo de concentración de Colliguay, con los cabos Alvarez y Soto como mis verdugos, me hace reflexionar sobre las palabras del sargento “Francisco” o Francis como le decíamos cariñosamente, un instructor de armamentos en la escuela de Artillería el año 71-72. Él hablaba sobre el factor humano en lo que respecta a cumplir las órdenes, que esto se puede hacer de distintas maneras, pero jamás debemos olvidar que somos seres humanos, que debemos actuar con respeto hasta con nuestros enemigos.
Gracias a mis compañeros de AMA (Agrupación de Marineros Antigolpistas) por el gran apoyo en el rescate de la memoria colectiva y a mi camarada Carlos Garcia , Antonio Oyarzo y Julio Gajardo por el trabajo de edición . Gracias a ellos es que comparto este relato para conocimiento de nuestras familias, amigos y toda la humanidad.
Jaime Salazar
Febrero 28 , 2021 , Oakland, California Estados Unidos.
*calatos: desnudos
*pera : libros de “Estatutos del personal de las fuerzas armadas” regulaciones y normas para los miembros de las FFAA.
* Restaurant Los Pingüinos de Valparaíso, lugar donde se realizó la reunión más importante de marineros antigolpistas.
*Picadero: Maltrato colectivo, consistente en carreras, tirarse al suelo, pararse, volver a correr, hacer sapitos, todo acompañado de golpes, latigazos, etc.